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La senda de la obediencia
Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad. Salmo 119:35


Gracielita estaba haciendo su primer viaje en tren. Con su naricita apoyada contra el vidrio de la ventana, veía pasar cada detalle del paisaje siempre cambiante. De repente, se volvió hacia su madre y la abrazó llena de temor: «¡Oh, mamá —exclamó— allá adelante hay un gran río! ¿Cómo lo cruzaremos?» A esas alturas de su pregunta, el tren cruzaba estruendosamente el puente, y su madre pudo contestar con toda facilidad.Durante el viaje cruzaron varios ríos y arroyos, y cada vez los ojos de Gracielita brillaban de entusiasmo. «¿No es maravilloso —exclamó— cómo alguien ha puesto puentes a lo largo de todo el camino?»El pastor Robert H. Pierson escribió estas oportunas palabras: «Sí, y es maravilloso cómo Dios ha colocado puentes a lo largo de todo el camino de la vida. Sus promesas, sus advertencias y reproches, presentados en su Palabra inspirada, son los puentes del cristiano. No necesitamos temer los torrentes de las tentaciones, las corrientes de la tristeza, ni los bajíos del pecado mientras tengamos ante nosotros los fuertes puentes de Dios para pasar a salvo».Los mandamientos de Dios podrían también considerarse como vallas en el camino de la vida. Lo que hacen es ayudarnos para andar sin desviarnos de la senda. Cualquier desviación es pecado. Por eso dice el salmista: «Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad». ¿Cómo nos guía Dios por la senda de sus mandamientos? Diciéndonos, como dice el profeta Míqueas: «Oh, hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miq. 6; 8). Si escuchamos su voz y las instrucciones que nos da en sus mandamientos, no nos desviaremos del camino recto para hacer lo malo, porque él nos ha dicho lo que pide de nosotros: hacer justicia, amar misericordia, y humillarnos ante nuestro Dios.Con razón se dice la Escritura que aquel que obedece la santa ley de Dios es dichoso y bienaventurado. La razón es que no se desvía del camino del bien. No se enreda en problemas que destruyen la familia, el hogar, la iglesia, la sociedad y la nación.Aunque no se salvaran, los pueblos podrían disfrutar de un poco de paz y felicidad si todos se esforzaran por cumplir "la letra" de la ley de Dios y de sus leyes. Eso es posible hasta en un ámbito puramente "secular". Pero el cristiano obedece "el espíritu" de la ley de Dios, porque lo hace con la ayuda de su Espíritu Santo.

Tomado del Libro de Meditaciones 2009 "Siempre gozosos , experimentando el amor de Dios" del Pastor Juan O. Perla, Más meditaciones en REFLEXIONES PARA VIVIR: http://www.johnsotilonline.blogspot.com/

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