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Son muchas las historias que se cuentan de Nasrudín, un personaje legendario que se cree vivió entre los siglos trece y quince. Una de ellas relata que, mientras trabajaba como barquero, a Nasrudín le tocó transportar a un profesor de gramática.
—¿Cuánto sabe usted de gramática? —pregunta el hombre a Nasrudín.
—Nada —responde Nasrudín.
—Pues le diré que ha perdido usted la mitad de su vida.
Nasrudín guarda silencio. Más tarde durante el viaje, se desata una tormenta y la barca es golpeada con furia por el viento y las olas. Las aguas embravecidas golpean la pequeña embarcación y tanto Nasrudín como el profesor son lanzados con fuerza al agua. Entonces Nasrudín grita al profesor:
—¿Sabe usted nadar?
—¡No! —responde el hombre, aterrado.
—¡Pues le diré que ha perdido usted, no la mitad, sino toda su vida!

Si algo nos enseña este relato es que el conocimiento que puede ser útil en un aspecto de la vida, puede ser completamente inútil en otro. Por muy importantes que sean, por ejemplo, la gramática y las matemáticas, de nada sirven si te estás ahogando y no sabes nadar.

De acuerdo a esto, bien podríamos decir que hay conocimientos útiles y conocimientos indispensables, tal como lo ilustró el Señor Jesús con la parábola del hombre rico (ver Luc. 12:13-21). La habilidad de este hombre en los negocios le fue útil para acumular muchas riquezas. Sin embargo, resulta curioso que Dios lo llamó «necio». ¿Por qué lo llamó «necio» y no «sabio»? Porque este hombre había descuidado el conocimiento indispensable. Por muy hábil que haya sido en el manejo del dinero, no puede ser sabio quien solo haga planes para esta vida. No se le puede llamar sabio a quien pase por esta vida sin el conocimiento indispensable, el de Dios: A fin de cuentas, ¿quién es realmente «sabio»: el que más sabe, o el que sabe las cosas que más importan?

No permitas que ningún conocimiento secular, por importante que sea, te impida obtener el conocimiento más valioso: el del único Dios verdadero, y de Jesucristo, a quien él ha enviado. No hacerlo equivale a perder, no la mitad, sino toda la vida.
Padre celestial, capacítame para que nada me impida conocerte a ti, y a Jesucristo, tu Hijo amado.
Recuerda la palabra de Dios nos dice:  Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado. Juan 17:3, NVI " 

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente - Por Fernando Zabala





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