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¿Cuál es la mejor arma contra la tentación? Es la profunda convicción de que no importa donde estemos ni lo que hagamos, la presencia de Dios nos acompaña. Probablemente ningún ejemplo ilustre mejor esta afirmación que el de José, el hijo de Jacob.
Cuando era todavía un adolescente, José fue vendido como esclavo por sus hermanos a unos ismaelitas que iban rumbo a Egipto. Allí fue comprado por un capitán del ejército de Faraón llamado Potifar. Aparentemente, no pasó mucho tiempo antes que Potifar se diera cuenta de que «el Señor estaba con José y le hacía prosperar en todo» (Gen. 39:3, NVI), razón por la cual lo nombró su administrador principal. Pero así como la calidad del trabajo de José no pasó inadvertida para su patrón, el físico del muchacho tampoco pasó desapercibido para la esposa de Potifar, que comenzó a acosarlo sexualmente.
La hora de la verdad para José llegó un día en que «todo el personal de servicio se encontraba ausente» (Gen. 39: 11, NVI). Ese día, la desesperada mujer atacó con toda su artillería pesada. «¡Acuéstate conmigo!», le propuso la mujer a José. Y la cosa no era en juego. Si José cedía a las propuestas indecentes, traicionaba la confianza de su patrón y, peor aún, pecaba contra Dios. Si se negaba, arriesgaba su propia vida. La importancia de lo que estaba por ocurrir era de tal magnitud que, según Elena G. de White, «los ángeles presenciaban la escena con indecible ansiedad» (Patriarcas y profetas, p. 193).
¿Cómo resistió José semejante ataque? «Salió corriendo y dejó su ropa en las manos de ella» (vers. 12). ¿Por qué corrió? ¿No estaban sus hormonas funcionando bien? Nada de eso. Escuchemos por qué rechazó la tentadora oferta: «Mire, señora: mi patrón ya no tiene que preocuparse de nada en la casa, porque todo me lo ha confiado a mí, [...] excepto meterme con usted, que es su esposa. ¿Cómo podría yo cometer tal maldad y pecar así contra Dios?» (Gen. 39: 8, 9, NVI, el destacado es nuestro).
¿Dónde estuvo el secreto de su éxito? José nunca perdió de vista a Dios. Por eso, Dios nunca lo perdió de vista a él.
Señor, cuando llegue la tentación, que yo pueda decir: «¿Cómo podría yo pecar así contra Dios?».
Recuerda, la palabra de Dios te anima a pensar frente a la tentacion, preguntandote como Jose : “¿Cómo podría yo hacer algo tan malo, y pecar contra Dios?” 
(Génesis. 39:9).

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente - Por Fernando Zabala



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