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Recipientes de pureza
Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia que, después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. 1 PEDRO 2: 21

Para darle a Dios nuestro amor y adoración completa debemos vivir una vida de pureza. El apóstol Pedro nos recuerda: «Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está; sed santos, porque yo soy santo» (1 Ped. 1:14-16).Nuestros deseos deben estar íntimamente relacionados con los asuntos santos de Dios antes que con las cosas corruptibles de este mundo. Cada vez que permitimos que nuestra vida se mezcle con las cosas de este mundo, diluimos las partículas de lo divino en nuestro ser y, con el tiempo, el mal se mezclará tan bien que diluirá por completo las cosas de Dios en nuestra vida. «¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también, ninguna fuente puede dar agua salada y dulce» (Sant. 3:11-12).¿Estaremos hoy tratando de producir dos cosas de una misma fuente? ¿Será que mantenemos y alimentamos nuestras actividades de adoración juntamente con las actividades de este mundo? ¿Hay una porción en la semana en la cual apartamos tiempo para estar en comunión con Dios, y luego permanecemos el resto de la semana guiados por nuestros instintos carnales? Si ese es el caso, tengamos mucho cuidado. Esto puede diluir las cosas de Dios en nuestra vida, y el pecado afirmarse tanto, que pongamos en peligro nuestra vida eterna. Si jugamos la vida entre dos aguas (el bien y el mal), llegaremos a un punto en que nos desviaremos tanto que correremos el riesgo de alejarnos de la vereda de Dios para siempre.La buena nueva es que Dios nos ha dado su Espíritu Santo como el gran purificador Si dedicamos tiempo a las cosas del cielo y permanecemos en una relación íntima con Jesús, él promete que el Espíritu Santo nos guiará a todo lo que es verdadero y bueno. Si nos sometemos al Espíritu Santo, él nos destilará, nos lavará, y nos refinará, hasta purificarnos para que podamos experimentar una vida santa y pura.La pureza no se alcanza por apartarnos del mundo, sino cuando nuestro corazón ha sido apartado completamente para Dios. Dejemos de mezclar lo dulce con lo amargo, lo puro con lo impuro. Comprometámonos a caminar con Jesús, experimentando la frescura del Espíritu Santo en nuestras vidas.


Abril 24: No te esfuerces por la corona
Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.1 CORINTIOS 9: 25


En los tiempos de Pablo, como en los nuestros, las olimpiadas eran muy estrictas. Un atleta podía ser descalificado si no contaba con diez meses estrictos de completa preparación. En esos diez meses de entrenamiento, el atleta tenía que olvidarse de todos los placeres. La palabra griega que Pablo utiliza en nuestro versículo de hoy es agonizomai, que significa "agonizar". El atleta agonizaba para poder obtener la victoria. La preparación implicaba abstenerse de todo lo que no ayudara a cumplir el objetivo deseado. Los atletas debían tener el respaldo de diez meses de dominio propio, y si cumplían con esto, era muy probable que obtuvieran un buen lugar en la carrera.Recordamos a Janet Evans, la niña prodigio de la natación estadounidense. En el mes de marzo de 1988 se convirtió en la primera nadadora en romper la barrera de los dieciséis minutos en la prueba de los 1,500 metros libres. Y en los Juegos Olímpicos de Seúl, de 1988, se convirtió en la reina de la piscina. Ganó tres medallas de oro. ¿Cómo lo hizo? Agonizando. Completó más de 250,000 vueltas de la carrera de su especialidad.— Citado por Jack Canfield, The Success Principie, p. 132.Con esto el apóstol quiere decir que lo mismo se requiere para obtener la victoria en la carrera cristiana. La lucha de la fe es agonizante. Lo mismo debe ocurrir en la vida del cristiano. Es decir, es preciso luchar por todos los medios para perseverar en la disciplina y cumplir el objetivo principal: ser como Jesús. Esta disciplina debe incluir todo nuestro ser: cuerpo, mente, y espíritu.Ya sabemos que el premio que los atletas ganaban en las olimpiadas de aquel entonces era una corona de hojas de laurel. Incluso en algunos lugares era una corona de hojas de apio. Divertido, ¿verdad? A veces las hojitas ya estaban marchitas cuando le ponían la corona al campeón. No es extraño que Pablo haya dicho que era una corona corruptible.Pero la corona no era lo importante. Como en los tiempos modernos, la victoria implicaba la fama, el prestigio, y, en la mayoría de los casos, la fortuna. La corona no era más que un símbolo de victoria. Como hijos de Dios, no debemos luchar y esforzarnos por la corona, sino por la victoria.Ningún premio será más grande que el abrazo y las palabras de Jesús: «Bien hecho mi hijo querido». Esto nos dará un gozo inefable y glorificado por toda la eternidad.
Tomado del Libro de Meditaciones 2009 "Siempre gozosos , experimentando el amor de Dios" del Pastor Juan O. Perla, Más meditaciones en REFLEXIONES PARA VIVIR: http://www.johnsotilonline.blogspot.com/

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