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Archive for abril 2011

Hacía algunos meses que Maira olvidaba las cosas. Su mente retroce­día, acelerada, hacia algún lugar donde ella se escondía. En ese extraño mundo, el olvido no tenía importancia; ni los recuerdos. Tampoco la alegría o la tristeza. Aquel universo estaba construido de vacío. Ella andaba, aparen­temente insensible, por los rincones de su propio universo.
Pero, la familia sufría. La tenían como referente. El esposo había fallecido varios años atrás, y ella era la matriarca. Verla en ese estado los dejaba como un día sin sol.
Fue en esas circunstancias que la hija mayor me buscó, con una pregun­ta: ¿Por qué Dios no la hace descansar? ¿Qué sentido tiene la vida, en ese estado?. La palabra de Dios dice: Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas( Santiago 1:2).
¡Pruebas! Las encontramos todos los días. El versículo de hoy usa la ex­presión "diversas pruebas". El enemigo viene por todos los lados: es la pér­dida del empleo; un divorcio doloroso; el descubrimiento de que el hijo está en las drogas; la traición del mejor amigo; las injusticias del trabajo, en fin...
Pero, Santiago dice que debes alegrarte cuando te veas atravesando el valle de las pruebas. ¿No es demasiado pedir? En el original griego, la palabra "pruebas", peirasmos, literalmente significa estado de lucha mental en el que te ves inclinado a separarte de Dios.
Tal vez, esto lo explique todo. Cuando el enemigo coloca pruebas en tu camino, su objetivo es separarte de Dios; hacerte creer que es el Señor quien te envía el dolor. Si en ese momento te vuelves en contra de Dios, el enemigo ha logrado su objetivo. Pero, si en el instante de la prueba te vuelves hacia Dios, entiendes que el dolor puede constituir un instrumento de edificación.
Todo depende de la perspectiva de la realidad. El presente estado de cosas no es el fin; no juzgues las actitudes divinas cuando el trabajo aún no ha sido terminado. Si tu visión del mundo es materialista, las pruebas son motivo de tristeza. Si es espiritual, serán motivo de agradecimiento y de gozo. Es en el fuego que el oro se refina. ¡Y tú eres oro!
Por eso hoy, a despecho de lo que puedas estar viviendo, levanta las ma­nos al cielo y agradece. Después, parte confiado para enfrentar las dificul­tades de la vida. Porque, "hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas".
                                           Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.


Octavio me miraba con sus ojos entornados, de fracaso e impotencia. Casi llegué a ver las telarañas que escondía en su mundo de frustraciones. En esa mirada, no había alegría; solo pesimismo. Eran dos baúles de promesas incumplidas.
He encontrado mucha gente como Octavio; para ellos, la victoria espiritual es solo un sueño. Nadie diría que se conformaron con una vida fracasada; ¡no! Luchan y se esfuerzan. No aceptan ser esclavos de vicios y de hábitos destructivos. Quieren proferir el grito de libertad; pero, cuanto más se esfuerzan, menos logran.
El versículo de hoy enseña el secreto de la victoria. El apóstol desarrolla el pensamiento a partir del versículo 10. Advierte que nuestra lucha no es contra un ser humano, sino contra un ser espiritual maligno. Lo llama "Príncipe de las tinieblas, en las regiones celestiales".
Después, concluye: "Por tanto"; en otras palabras: "Ya que es así". Ya que el enemigo que enfrentas todos los días es un ser espiritual, toma la armadura de Dios con el fin de que puedas resistir en el día malo. No te atrevas a luchar en solitario.
¿Sabes lo que es la "armadura de Dios"? El propio Dios, su compañeris­mo diario, su Espíritu en ti. Aquí, volvemos al mismo punto: el cristianismo es vida de compañerismo diario con Jesús. Vivir la vida normal, pero dirigiendo los pensamientos hacia Jesús: al comprar un vestido; al ingresar en un restaurante; en la escuela o en el lugar de trabajo. Tener siempre la con­ciencia de que el Señor Jesucristo está a tu lado. Desde que amanece hasta que anochece; en invierno o en verano. Cada instante.
Hoy puedes iniciar esta experiencia de comunión con Jesús. Si lo haces, te sentirás más seguro ante las dificultades y en la hora de la tentación. En vez de concentrarte en ti mismo y tratar de ser un vencedor con tus propias fuerzas, le contarás a tu amigo, al lado, lo que estas sintiendo; y, maravillosa­mente, verás cómo desaparece la tentación y te vuelves victorioso.
"Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes". Efesios 6:13.
                                           Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.


¡Esta vida me mata! Me mata su absurdo; sí, el absurdo de la rutina me aniquila silenciosamente. La rabia de ser todos los días yo, la oficina, este maldito escritorio, el vértigo de los ventiladores, la soledad de tantos rostros... todo me mata".
Perla escribía esas palabras mientras rumiaba el dolor de su rutina diaria. Se asfixiaba de monotonía. Lloraba en silencio. Se sentía cansada de vivir, e intentaba desahogar su espíritu garabateando la historia de su vida.
Todos los días, en todos los lugares, caminan Perlas, de muchas razas y de muchos colores; idiomas diferentes, tamaños variados. No importa el país ni la cultura. Son seres que sufren la agonía de estar vivos, sintiéndose muertos.
Ese es el estado diario de "enemigo". Éramos enemigos, menciona Pablo; vivíamos alejados de Dios, peleados, en situación de guerra. El ser humano, reñido con Dios, no tiene manera de ser feliz. Carga un vacío existencial que lo acompaña a todos lados, y le recuerda que es "enemigo".
Todos, independientemente de lo que creamos o no, provenimos de las manos del Creador, y solo seremos completos en él. La ausencia de Dios causa, en la criatura, una sensación de rutina y de monotonía, la vida pierde sentido, y el trabajo diario de vuelve enfadoso y cansador.
¿Para qué? Te preguntas, mientras tratas de cumplir obligaciones que no te proporcionan satisfacción. Pero, el amor de Dios por ti se revela en el hecho de que te reconcilió con él, al entregar al Señor Jesucristo para morir por ti.
Ahora, reconciliados, exclama Pablo, seremos salvos. Salvos ¿de qué? Del pecado. Pero, también del vacío, de la rutina agobiante, de la monotonía de ir sin saber hacia dónde.
¡Despierta a la vida! Deja entrar la luz divina en tus días oscuros. Permite que el Sol de justicia ilumine cada rincón de tu existencia, y parte hoy, para el cumplimiento de tus deberes diarios, seguro de que, con Jesús, la vida se transforma en una eterna primavera, llena de horizontes infinitos.
Recuerda que "si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida"(Romanos 5:10,11).


                                 Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.

La mañana está fría aquí, en Santa fe. No me gusta esta época del año. Las hojas secas, caídas en el suelo, me recuerdan las consecuencias tristes del pecado. Hace rato que estoy aquí, tratando de desarrollar el pensamiento del texto que tengo delante de mí. Oro a Dios, y nada viene a mi mente. Me pre­ocupo. Falta poco tiempo para entregar este manuscrito, y no llegué siquiera a la mitad del trabajo.
Súbitamente siento el frío helado de estas montañas acariciando mi ros­tro, y empiezo a escribir. ¡Es maravilloso! Descubrir que soy un instrumento, en las manos de Dios, para llevar una palabra de consuelo al joven herido, al anciano triste y a la madre desesperada. Tener libertad, páginas en blanco, y todas las palabras guardadas en un rincón del alma.
No lo sé; quizás estuvieron allí todo el tiempo, como en un nido acoge­dor, y yo no lo percibía. Pero, aquí estoy, para decirte que la vida no puede ser vivida aislada de las otras personas; que necesitas de los demás; que el carbón, retirado del brasero, en poco tiempo pierde su calor y su brillo.
Cuando el Señor Jesucristo pronunció estas palabras, las dijo mientras hablaba del tema del perdón. Inclusive, Pedro le preguntó: "¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano?" El Maestro estaba explicando a sus discípulos lo difícil que resulta convivir con otras personas, a pesar de haber sido convertidas.
Cada ser humano es diferente del otro; cada uno tiene una personalidad. La creación divina es una acuarela viva: muchos colores, muchas formas, variadas personalidades; un mundo vasto y diversificado. Es natural que convivir con los demás no sea fácil, aun dentro de la iglesia.
A pesar de eso, fuimos creados con el fin de vivir en permanente de­pendencia unos de los otros, extendiéndonos la mano, perdonándonos y aceptándonos con nuestras diferencias.
Nada es motivo para aislarse y vivir separado; mucho menos para decir que porque alguien dijo algo que no te gustó debes abandonar la iglesia.
Revisa tu manera de pensar. Dios tiene su iglesia en esta tierra. Es como un cuerpo: cada ser humano es un miembro, y el buen funcionamiento del cuerpo depende de la salud de cada miembro.
Recuerda el consejo de Jesús: "Porque donde están dos o tres congrega­dos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"(Mateo 18:20)
                           Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece. (1 Corintios 13:4)

La carta decía, entre otras cosas: "Quisiera no creer en Dios. Tal vez así, no sufriría tanto; porque, si existe, jamás me perdonaría. Quizás ahora, en este laberinto infernal en el que me encuentro, pueda volver a ser el ser que soy y pocas veces he sido".

El resto de la carta hablaba de una vida escabrosa, llena de remordimien­to, deseo de venganza y desesperación.

"Si Dios existe, no me perdonaría". Esta frase quedó golpeando mi mente durante un buen rato. A lo largo de mi vida, he tenido mucha dificultad para convencer a las personas de que Dios las ama, a pesar de lo que hagan o dejen de hacer.
El apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, define el amor divino como sufrido y benigno. La palabra griega traducida como sufrido es makrotomeo, que literalmente significa "perseverar y esperar pacientemente".
La mente humana jamás entenderá el amor divino. El motivo es simple: cada vez que piensa en el amor de Dios lo hace desde su perspectiva humana. Y el amor humano, por más puro y sincero que parezca, está manchado por el egoísmo, propio de la naturaleza pecaminosa,
El ser humano solo ama cuando puede recibir algo a cambio. Ama por interés; por más dura que pueda parecer la idea. Por eso, le resulta difícil creer que Dios lo ame sin esperar nada de retorno; ¡por el simple hecho de amarlo! Pero, Pablo afirma que el amor de Dios es paciente y sufrido.
Sufre al ver a sus hijos transitando los peligrosos caminos de la destruc­ción; llora al ver a sus criaturas dirigiéndose temerariamente hacia la muer­te; gime al ver a las familias destruidas, a los jóvenes en las drogas, a los hombres y las mujeres hundiéndose en la arena movediza de sus propios placeres.
¿Qué hacer? Los creó libres; con capacidad de escoger el bien o el mal, la vida y la muerte. Solo le resta sufrir, esperando que el pecador oiga, un día, la voz del Espíritu tocando a la puerta de su ser y anhelando que el hijo rebelde abra los ojos, para ver el peligro del sendero escabroso que eligió.
Hoy es un día de decisiones. Dios te ama. Haz de este día un día de ale­gría para Dios. Escoge la vida y camina con él. Y no lo olvides: "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece".
Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.
No me duele mi fealdad, sino la belleza de las otras chicas. La frase brota de Elisa, rasgando la garganta. Hay amargura en el tono de su voz; una nube que empaña el brillo de sus ojos. No es tristeza; es rabia reprimida, en contra de la vida y de las injusticias de la naturaleza. Personalmente, creo que no es fea, como ella piensa. Si se arreglase me­jor, permitiría abrir la bella flor que yace, adormecida, dentro de ella. Si co­locase un poco de alegría a su vida, la sonrisa, escondida, aparecería como el arco iris después de que la tormenta acaba.
Pero, Elisa no quiere aceptar la realidad; se rehusa a convivir con ella. En vez de mirar hacia las cosas buenas que recibió de Dios, ha hecho de la codicia por lo que los otros tienen y ella no, su afán cotidiano. El problema de esta joven es la belleza. Pero, la codicia no tiene que ver solo con estética. Hay gente infeliz porque quisiera tener el automóvil del vecino, o la casa del amigo o el sueldo del jefe.

Al codicioso no le duele su necesidad; lo irrita lo que los demás tienen. Es un desvío de conducta que anula los sueños y el deseo de luchar. Sus ideales son envueltos por el manto triste de las lamentaciones.
El consejo de Pablo, en el versículo de hoy, es: "Vive contento con lo que tienes ahora". ¿Por qué "ahora"? Porque, si eres agradecido a Dios por lo que tienes en este momento, te colocas en condiciones de recibir más, en el futu­ro. Dios te da poco, para ver qué es lo que harás con lo poco que recibiste. Si malgastas el tiempo lamentándote porque no posees lo que el otro recibió, te incapacitas de recibir más.
Mira hacia delante. Administra lo que tienes en las manos; sé feliz con lo que recibiste hoy. Y prepárate para las grandes cosas que el Señor desea concederte.

Parte para la batalla de este día dispuesto a usar lo poco o lo mucho que tienes de la mejor manera. Para gloria de Dios y en beneficio de la humani­dad. El resultado será tu propia felicidad.
Recuerda, la biblia dice "Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré"(Hebreos 13:5).
Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.
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Sumergida en un mar de culpa, Alejandra se recrimina por los errores pasados. No es religiosa; tampoco conoce la Biblia ni acaricia inquietudes espirituales. Pero, la culpa la asfixia y la paraliza. Algo, dentro de ella, parece condenarla a una vida de sufrimiento. De cierto modo, siente que merece las adversidades que enfrenta.
El psicoanalista ha tratado de ayudarla a "justificar" sus errores. Pero, por más que racionaliza en torno de ellos, algo más fuerte que el "poder" de su mente le dice que es culpable. Alejandra ignora que el ser humano nace con complejo de culpa; "culpa existencial", dirían los Psicólogos.
No importa el nombre que se le dé. La naturaleza humana nace separada de Dios y, lejos del Creador, no hay cómo ser feliz. A la joven dulce, de mira­da penetrante y sonrisa melancólica, le llevó años descubrir el origen de su angustia.
Una noche, hastiada de envenenarse con remedios para dormir, tomó en consideración la Biblia.
La primera pregunta que surgió en su mente fue: "¿Puede un libro tan antiguo satisfacer mis inquietudes?". Había buscado respuestas en el enma­rañado de sus ideas existencialistas; y no las había encontrado. Entonces, llevada por el instinto de conservación, se respondió a sí misma, delante de la Biblia: "Nada pierdo intentándolo".
Ese fue el inicio de su recuperación. Leyendo el Libro sagrado, descubrió que todos los seres humanos nacen condenados a muerte: "No hay justo, ni aún uno"; "Todos pecamos y estamos destituidos de la gloria de Dios".
Después de leer esto, entendió el origen de su estado depresivo. Sus som­bras, entonces, se volvieron más densas; sus noches, más oscuras. Pero, al continuar leyendo, descubrió el versículo de hoy "Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira" (Romanos 5:9).
Fue como si el sol iluminase de pronto su oscuridad. Aprendió a confiar en Jesús. Ella es pecadora, pero Jesús ha derramado su sangre para salvarla. Ahora está justificada. Su vida de errores ha sido lavada por la sangre mara­villosa de Jesús. La "ira" divina no será más un fantasma en su vida. No más días de angustia; no más noches de insomnio. Ella cree. Y eso le es contado por justicia.
Esa puede ser, también, tu realidad hoy, si recuerdas que: "Mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira".
Tomado del Libro de Meditaciones 2011, de Alejandro Bullón.
No olvidemos la promesa de Dios para hoy: 
"Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira" 
(Romanos 5:9).
La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
 Juan 14:27.

Anochece. Siempre anochece. El sol puede brillar en todo su esplendor, pero eso no significa que el día será eterno. En este mundo, la noche llega más tarde o más temprano. Las sombras vienen y, con ellas, muchas veces, vienen también las inseguridades y los miedos. Es la ley de la vida: hay día, pero también hay noche.

Aquella noche, sin embargo, en la vida de Casiano, era la más terrible. Su hogar había sido destruido por una insensatez suya. El peso de la culpa lo abrumaba; golpeaba su cabeza como un martillo. Lo atormentaba, y lo crucificaba en el madero de sus errores. Cómo hubiese querido volver a ser niño, despreocupado con la vida, ajeno a los problemas de los adultos. Un niño cansado de correr por los campos verdes de su tierra, que dormía en paz cuando la noche llegaba.
¿Paz? ¡Hace mucho tiempo ignoraba lo que era paz! Pero, ¡cómo son las ironías de la vida! Acababa de regresar dé una misión de paz, en un país ex­tranjero. Él, buscando paz para los demás cuando, en lo recóndito de su ser, no sabía lo que era eso.
Hundido en su mundo de dolor y remordimiento, una noche se detuvo en un programa de televisión. Allí se hablaba del maravilloso amor de Jesu­cristo. No le prestó atención, al principio. Pero, a medida que el pensamiento del presentador avanzaba, despertó su interés.
El hombre de traje oscuro y voz suave, hablaba de paz. No se refería a una paz pasajera, humana. No hablaba de un acuerdo de concordia entre seres humanos; hablaba de un sentimiento de quietud y bonanza que se apodera del corazón, a pesar de las circunstancias terribles que la vida presenta.
Casiano anheló esa paz para él. Con asombro, veía describir la historia de su vida; sus encuentros y desencuentros; sus noches de amargura, sin poder dormir.
Repentinamente los ojos del presentador se fijaron en los suyos. "¿Adon­de irás", le preguntó, "si no vienes a Jesús?" Casiano no lo pensó dos veces. Se aproximó a la televisión, y cayó arrodillado, entregando el corazón a Jesús.
Ya pasaron más de veinte años desde aquel día. Hoy, Casiano sabe, por experiencia propia, lo que Jesús quiso decir al anunciar: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro cora­zón, ni tenga miedo".
Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.

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