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La mañana está fría aquí, en Santa fe. No me gusta esta época del año. Las hojas secas, caídas en el suelo, me recuerdan las consecuencias tristes del pecado. Hace rato que estoy aquí, tratando de desarrollar el pensamiento del texto que tengo delante de mí. Oro a Dios, y nada viene a mi mente. Me pre­ocupo. Falta poco tiempo para entregar este manuscrito, y no llegué siquiera a la mitad del trabajo.
Súbitamente siento el frío helado de estas montañas acariciando mi ros­tro, y empiezo a escribir. ¡Es maravilloso! Descubrir que soy un instrumento, en las manos de Dios, para llevar una palabra de consuelo al joven herido, al anciano triste y a la madre desesperada. Tener libertad, páginas en blanco, y todas las palabras guardadas en un rincón del alma.
No lo sé; quizás estuvieron allí todo el tiempo, como en un nido acoge­dor, y yo no lo percibía. Pero, aquí estoy, para decirte que la vida no puede ser vivida aislada de las otras personas; que necesitas de los demás; que el carbón, retirado del brasero, en poco tiempo pierde su calor y su brillo.
Cuando el Señor Jesucristo pronunció estas palabras, las dijo mientras hablaba del tema del perdón. Inclusive, Pedro le preguntó: "¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano?" El Maestro estaba explicando a sus discípulos lo difícil que resulta convivir con otras personas, a pesar de haber sido convertidas.
Cada ser humano es diferente del otro; cada uno tiene una personalidad. La creación divina es una acuarela viva: muchos colores, muchas formas, variadas personalidades; un mundo vasto y diversificado. Es natural que convivir con los demás no sea fácil, aun dentro de la iglesia.
A pesar de eso, fuimos creados con el fin de vivir en permanente de­pendencia unos de los otros, extendiéndonos la mano, perdonándonos y aceptándonos con nuestras diferencias.
Nada es motivo para aislarse y vivir separado; mucho menos para decir que porque alguien dijo algo que no te gustó debes abandonar la iglesia.
Revisa tu manera de pensar. Dios tiene su iglesia en esta tierra. Es como un cuerpo: cada ser humano es un miembro, y el buen funcionamiento del cuerpo depende de la salud de cada miembro.
Recuerda el consejo de Jesús: "Porque donde están dos o tres congrega­dos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"(Mateo 18:20)
                           Tomado del Libro de Meditaciones 2011, del Pr. Alejandro Bullón.

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