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¿Cómo definir, con palabras, el dolor de Jaime? ¿Cómo explicar la causa de sus lágrimas? No es fácil. Los sueños son sagrados. Nacen en el alma, se van formando como un niño en el vientre materno: esperas, ansioso, el día de verle el rostro. Pero, ¿qué sucede si pasa el tiempo, y la realidad no aparece? Miras hacia adentro, y allí, en lo recóndito de tu ser, solo en­cuentras restos de algo que se negó a ver la luz. Y te asustas, y sientes que tu sueño se transformó en una horrible pesadilla. 
Jaime soñaba con ser rico y famoso. Pensaba que, para eso, el primer paso sería liberarse de los "tabúes que el cristianismo le imponía". "Al final de cuentas", pensaba, "vivimos en un mundo en que no hay lugar para los melindres de la conciencia". Y partió, como el águila, rumbo al infinito de sus aspiraciones. Voló, voló y voló, en busca del sol. Y de repente, sintió las alas chamuscadas en el fuego de la fama; y volvió, solo y triste, de regreso a su realidad de dolor y de lágrimas. Diferente realidad la de Josué. "Su nombre se divulgó por toda la tierra", afirma el texto. El joven líder de Israel no buscó fama: busco servir, y el resul­tado fue la fama. Diferente de Jaime, que buscó la fama y encontró el dolor. "Estaba, pues, Jehová con Josué". Esta frase expresa el secreto de Josué: Dios controlaba su vida y sus decisiones. Él era el principio, el medio y el fin de su experiencia. En el poder de Dios, enfrentó a los ejércitos enemigos de Canaán y los derrotó. Cada victoria alcanzada lo preparaba para la siguiente. Su confianza en Dios aumentaba. Aumentaban, también, su dependencia y su sumisión. Pero, esta sumisión, lejos de convertirlo en un debilucho lleno de "ta­búes", lo convertía en un guerrero intrépido, capaz de ver la victoria antes de que los enemigos surgiesen. La preocupación que dominaba sus actos no era alcanzar la fama, sino servir a Dios y a su pueblo. La fama fue la consecuen­cia natural de ser guiado por el Señor. Haz de este un día de confianza y de entrega a Dios; ten la seguridad de que tus decisiones no son solamente tuyas. Pide la aprobación divina y, des­pués, parte rumbo a las grandes victorias que el Señor tiene preparadas para ti. Porque "estaba, pues, Jehová con Josué, y su nombre se divulgó por toda la tierra"(Josue 6:27).
                               Tomado del Libro de Meditaciones Matinales 2011, del Pr. Alejandro Bullón

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