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Sí eres hijo de Dios
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan».
Mateo 4:3

Miriam, una jovencita de dieciocho años, muy comprometida en su servicio al Señor, fue atropellada por un autobús mientras caminaba hacia la iglesia, con la Biblia y el himnario bajo el brazo. Su cuerpo sin vida quedó tendido en la carretera, junto al libro sagrado.
Rosita, una niña de siete años, comunicó a su madre que, mientras caminaba de la escuela a la casa con otras compañeritas, un enorme perro detrás de una cerca hacía esfuerzos por salir para atacarlas. Su madre le aconsejó: «Si un día el perro sale, no corras; quédate quietecita orando y Jesús te cuidará». Un día el perro saltó la cerca. Todas corrieron, menos Rosita. Se quedó quietecita orando. Sin embargo, el perro la mordió.
¿Puede el cristiano seguir confiando en Dios cuando suceden estas cosas, cuando el dolor y la pena embargan su corazón, cuando suceden cosas que no tienen explicación? El diablo lucha con todas sus fuerzas para que no confiemos en Dios. El diablo sabe muy bien que la confianza en Dios es una de las características de la verdadera adoración. Adoramos a Dios cuando confiamos en él, sin importar las circunstancias. Podríamos decir que, en cierto sentido, adoramos al diablo cuando desconfiamos de nuestro Señor.
Constantemente el diablo susurra al oído del creyente: «Si eres hijo de Dios, ¿por qué se rompió tu matrimonio?» «Si eres hija de Dios, ¿por qué perdiste a tu esposo en ese accidente?» «Si eres hijo de Dios, ¿por qué estás sin trabajo?» «Si eres hijo de Dios, ¿por qué te suceden todas esas cosas?» Los cristianos han atravesado en todos los tiempos momentos muy difíciles. Muchos de los problemas que los afligen no tienen explicación. Job es el ejemplo típico. La Biblia dice que era perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Sin embargo, sabemos de todas las calamidades que le vinieron. Jesús dijo en cierta ocasión: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora, mas lo entenderás después» (Juan 13: 7).
A pesar de las dificultades y de tantas cosas que nos suceden y que no se pueden explicar, tomemos la determinación de Habacuc, y digamos con él: «Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación» (Hab. 3:17,18).

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