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Archive for junio 2014

–Déjeme leer otra vez –pidió. Su cabeza trabajaba a toda máquina. Él tenía una mente inquisitiva, pero era sincero y no podía negar lo que los ojos leían. ¿Qué podría decir frente a la declaración del apóstol que dice que “la ley es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”.
De todos modos, él dijo:
–Pero aquí no habla de Éxodo 20, sino de la voluntad de Dios. Los Mandamientos de Dios fueron clavados en la cruz del Calvario.
–Entonces, veamos lo que Jesús dijo: “No piensen que he venido a anular la ley o los profeta cumplimiento. Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido” (S. Mateo 5:17, 18).
Adolfo reaccionó inmediatamente.
–Lea la última frase: “Hasta que todo se haya cumplido”. Y todo se cumplió en la cruz. El apóstol Pablo dice que Cristo vino a “anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal. Así que nadie los juzgue a ustedes por lo que comen o beben, o con respecto a días de fiesta religiosa, de luna nueva o de reposo. Todo esto es una sombra de las cosas que están por venir; la realidad se halla en Cristo” (Colosenses 2:14-17).
Después de leer, Adolfo se quedó mirándome. Una parte de esa declaración de Pablo, “él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz”, parecía definitiva para mostrar que la ley había llegado al final en la cruz. Yo también lo miré con amor y continué:
–Vamos a analizar lo que el apóstol Pablo dice. Él está hablando aquí de “la deuda que nos era adversa.” ¿Cuál era esa deuda? Él mismo lo explica: “todo esto es una sombra de las cosas que están por venir, la realidad se halla en Cristo”. ¿Cuál es esa “sombra de las cosas que están por venir”? Las ordenanzas ceremoniales de sacrificios que simbolizaban a Jesús.
–¿Qué ordenanzas?
–Cada vez que los israelitas sacrificaban un cordero o cualquier otro animal, este se transformaba en un símbolo del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (S. Juan 1:29). El autor de la Epístola a los Hebreos deja eso en claro: “Así que era necesario que las copias de las realidades celestiales fueran purificadas con esos sacrificios, pero que las realidades mismas lo fueran con sacrificios superiores a aquellos. En efecto, Cristo no entró en un santuario hecho por manos humanas, simple copia del verdadero santuario, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro. Ni entró en el cielo para ofrecerse vez tras vez, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. Si así fuera, Cristo habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Al contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez yas; no he venido a anularlos sino a darles para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo” (Hebreos 9:23-26).
–Pero todo eso terminó en la cruz.
–Claro que sí. Los escritos de ordenanzas que Jesús clavó en la cruz fueron las ordenanzas referentes a esos sacrificios y otras ceremonias propias del pueblo de Israel. Después de la muerte de Cristo, ya no son más necesarios esos sacrificios, porque el verdadero Cordero de Dios ya había sido sacrificado. Pero eso no tiene nada que ver con los Diez Mandamientos registrados en Éxodo 20.
–¿Cómo que no? Aquí dice: “Así que nadie los juzgue a ustedes por lo que comen o beben, o con respecto a días de fiesta religiosa, de luna nueva o de reposo. Todo esto es una sombra de las cosas que están por venir; la realidad se halla en Cristo” (Colosenses 2:16, 17). El sábado ¿no es uno de los Mandamientos de Éxodo 20?
–El sábado, sí, pero aquí está hablando de los sábados, en plural, y también se mencionan los días de fiesta y de luna nueva, que son “sombra de las cosas que están por venir”. Todo forma parte de las ceremonias de Israel, pero en ningún momento se mencionan los Diez Mandamientos.
–No había pensado en eso.
–El apóstol Santiago da más luz sobre este asunto: “Porque el que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda. Pues el que dijo: ‘No cometas adulterio’, también dijo: ‘No mates’. Si no cometes adulterio, pero matas, ya has violado la ley” (Santiago 2:10, 11). ¿De qué ley está hablando Santiago aquí?
–De Éxodo 20.
–El evangelio salva, Adolfo. Salva del pecado. Mira lo que dice el apóstol Pablo: “Así el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque ya no están bajo la ley sino bajo la gracia. Entonces, ¿qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!” (Romanos 6:14, 15).
–¿Y ahora? Aquí dice que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia –preguntó Adolfo.
–No estamos bajo la condenación de la ley, por causa de la gracia de Jesús. Su sangre cubre los pecados, de forma que la ley no nos puede condenar. Pero la pregunta del apóstol es: “¿Vamos a pecar porque no estamos ya bajo la ley sino bajo la gracia?” Y él mismo responde: “¡De
ninguna manera!
–Realmente. Mirándolo desde ese punto de vista...
–Y ¿qué otro punto de vista puede haber? “¿Quiere decir que anulamos la ley con la fe? ¡De ninguna manera! Más bien, confirmamos la ley” (Romanos 3:31).
–¡No puede ser! Yo jamás había leído eso. –Los cristianos obedecen la ley de Dios. Las únicas personas que quedan bajo la condenación de la ley son las que la infringen. Por ejemplo, la persona no es afectada por el límite de velocidad mientas respete la ley. Si supera el límite, queda bajo la condenación de la ley de tránsito.
–Entonces, el estar bajo la gracia no nos da libertad para transgredir la ley.
–Así es.
Adolfo parecía sorprendido. El Espíritu de Dios trabajaba en el corazón, y él aceptaba esa obra. El punto no era quién estaba en lo correcto y quién estaba errado. No era quién ganaba o quién perdía. Era un asunto de vida. Porque la vida cristiana es una experiencia constante de crecimiento. Crecer involucra aprendizaje, pero para aprender es necesario salir del terreno conocido y nadar en las aguas de lo desconocido.
Eso, naturalmente, provoca temor. Tal vez por eso mucha gente prefiere no crecer.
Con Adolfo era diferente. Él deseaba aprender, y por eso me hizo esta última pregunta.
–Las cosas que usted dice son lógicas, pero ¿qué me dice acerca de la Epístola a los Gálatas? El apóstol Pablo ¿no da en ella la impresión de estar contra la ley?
–Yo sé que esa epístola es controvertida. Existen cristianos que creen encontrar en ella argumentos para “probar” que la ley no tiene más validez.
–Exactamente.
–Él apóstol Pablo escribió esa carta para resolver un problema doctrinal de la iglesia de la región de Galacia. Ese problema surgía por una interpretación equivocada de la función de la ley. Muchos cristianos convertidos de entre los judíos enseñaban que la observancia de la ley es lo que nos salva. El apóstol combatió esa idea con vehemencia.
–Pero ese problema no es solamente de los gálatas –completó Adolfo.
–Claro que no. El asunto del legalismo fue el problema de muchas personas a lo largo de los siglos. Incluso en nuestros días. –¿Qué sucedía en los días del apóstol Pablo?
–Él había establecido la iglesia en la región de Galacia alrededor del año 50 d.C., aproximadamente veinte años después de la muerte de Jesucristo. Algunos años después, en torno al año 55 d.C, mientras el apóstol Pablo estaba en Éfeso, le llegaron noticias de que la iglesia de Galacia se encontraba inmersa en una grave crisis de identidad cristiana.
–Y ¿en qué consistía esa crisis?
–Predicadores llegados de Jerusalén acusaban al apóstol Pablo de predicar un evangelio incompleto. Ellos enseñaban que para ser salvos no bastaba con creer en Jesús. Según ellos, era necesario que los gentiles se transformaran en judíos por medio de la circuncisión. Y muchos
comenzaron a aceptar esas nuevas enseñanzas.
–¿Realmente?
–Sí. La Biblia enseña que para ser salvo el hombre solamente necesita creer en Jesús y punto; independientemente de su nacionalidad. Algunos judíos creían que, por el hecho de que la ley le había sido dada a Israel en el Sinaí, solamente ellos podrían ser salvos. Quien quisiera, por lo tanto, salvarse, debía pasar por la circuncisión, que es el rito introductorio al judaísmo. Según ese pensamiento, entonces, la fe no era el único medio de salvación, como enseñaban el apóstol Pablo y los otros discípulos. Para ser salvo, era necesario obedecer la ley que requería la circuncisión. La conclusión era: para ser salvo es necesario convertirse al judaísmo. El apóstol Pablo estaba combatiendo esa herejía.
–Entiendo.
–Por eso, al saber lo que estaba sucediendo, el apóstol Pablo les escribió esa epístola.
–Por eso el apóstol es tan duro contra los legalistas.
–Sí, los legalistas enseñan que, en el proceso de salvación, la causa de ella es tanto la gracia como la ley, mientras que el apóstol Pablo afirma que no es posible colocar al lado de Cristo ningún elemento complementario. La ley, como dice el apóstol Pablo, no salva. El factor decisivo y definitivo de la salvación es únicamente la gracia de Cristo.
Conversamos con Adolfo en tres ocasiones. En la tercera oportunidad, él estaba acompañado por su esposa y su hija de 17 años, que tenía ojos vivarachos como los del padre. Oía atenta todo lo que decía y anotaba cada palabra en una libreta.
–Es solo para cotejar en casa –dijo, sonriendo. Algunos meses después, toda la familia descendió a las aguas del bautismo y selló el pacto de amor con Cristo. Un coro cantó mientras ellos eran sumergidos en las aguas. Las palabras del himno decían:
“¡Oh! ¡Gracia excelsa de Jesús, perdido me encontró!
Estando ciego, me hizo ver, ¡de la muerte me libró!”

Adolfo y su familia encontraron la única esperanza.
                                            Tomada de:  La Única Esperanza de Alejandro Bullon.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

DIRECTOR DEL WEB BLOG - REFLEXIONES PARA VIVIR

–Usted me está confundiendo –me interrumpió Adolfo–.
 ¿Por qué dice que la ley y la gracia son parte del mismo evangelio?
–La explicación es simple. La ley tiene un lugar específico; y la gracia, también. No podemos confundir las cosas. La ley tiene la función específica de mostrar el pecado, no de salvar. “Por tanto, nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley; más bien, mediante la ley cobramos conciencia del pecado” (Romanos3:20).
Ese versículo es claro: “mediante la ley cobramos conciencia del pecado”. Nadie, jamás, será justificado por las obras. La ley no tiene la función de salvar. Quien guarda los Mandamientos creyendo que está obteniendo algún mérito para ganar la salvación está completamente engañado. La ley no salva.
–¿Entonces?
–Ella solamente muestra el pecado. El apóstol Pablo repite ese concepto una y otra vez. “¿Qué concluiremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: No codicies” (Romanos 7:7).
–Entonces, usted está de acuerdo conmigo en el hecho de que la ley no salva.
–Estoy de acuerdo ciento por ciento. La Biblia es enfática al enseñar que somos salvos únicamente por la gracia de Jesús. “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte” (Efesios 2:8, 9).
A esa altura de la conversación, yo podía ver un brillo de alivio en los ojos de Adolfo. Se alegró al comprobar que su creencia en relación con la salvación era bíblica. Entonces, concluyó convencido:
–Si somos salvos por la gracia, ya no necesitamos guardar la ley.
–Vamos a ver si el apóstol Pablo piensa lo mismo. “¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” (Romanos 6:1, 2).
–En ese pasaje dice que no debemos permanecer en el pecado, pero no habla de la ley.
–Y ¿qué es el pecado? “Todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es trasgresión de la ley” (1 S. Juan 3:4). Si no hubiera ley, no habría pecado; entonces, ¿de qué nos salvaría Jesús?  Por lo tanto,la gracia nos libra del pecado, pero no anula la ley.
Adolfo parecía confuso, pero interesado. Él tenía la Biblia abierta en la mano y, mientras yo leía el último versículo, buscó otro y, antes de leer, dijo:
–El apóstol Pablo enseña que el mandamiento, es decir, la ley, solo trae muerte. Mire aquí: “Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia. Porque aparte de la ley el pecado está muerto. En otro tiempo yo tenía vida aparte de la ley; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado y yo morí” (Romanos 7:8, 9). ¿Ve? “cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado y yo morí”.
–Querido Adolfo, la Biblia necesita ser entendida como un todo. Usted acaba de leer los versículos 8 y 9, pero el versículo 7, ¿se acuerda? dice: “¿Qué concluiremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta de lo que es el pecado. Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: ‘No codicies’ ”. El apóstol Pablo está hablando de la función de la ley y, en los versículos que usted leyó, él amplifica la idea de que no tendría conocimiento del pecado si no fuese por causa de la ley.
–El versículo dice: “Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia” (versículo 8).
–Exactamente. No dice que la ley operó en él la codicia; dice que el pecado, por el mandamiento, operó la codicia. Es decir, fue el mandamiento lo que hizo que tomara conciencia de su situación pecaminosa al mostrarle el pecado.
–Y ¿por qué dice “porque aparte de la ley el pecado está muerto”? (versículo 8).
–Porque si no hubiese ley no habría conocimiento del pecado, y el pecador se consideraría inocente.
Adolfo volvió a leer el texto. Deseaba entender. Quería asimilar cada palabra. Yo continué.

–Usted leyó los versículos 8 y 9. ¿Por qué no leemos los siguientes? Ellos aclaran más lo que el apóstol Pablo dijo: “Se me hizo evidente que el mismo mandamiento que debía haberme dado vida me llevó a la muerte; porque el pecado se aprovechó del mandamiento, me engañó, y por medio de él me mató. Concluimos, pues, que la ley es santa, y que el mandamiento es santo, justo y bueno. Pero entonces, ¿lo que es bueno se convirtió en muerte para mí? ¡De ninguna manera! Más bien fue el pecado lo que, valiéndose de lo bueno, me produjo la muerte; ocurrió así para que el pecado se manifestara claramente, o sea, para que mediante el mandamiento se demostrara lo extremadamente malo que es el pecado” (Romanos 7:10-13).
( Esta historia continuará.... )

                                         Tomada de:  La Única Esperanza de Alejandro Bullon.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

DIRECTOR DEL WEB BLOG - REFLEXIONES PARA VIVIR

Cristian quería brillar. Ambicionaba iluminar al mundo con su resplandor; ser aplaudido, aclamado y homenajeado.En las interminables noches de delirio, soñaba que era asediado por las multitudes a la búsqueda de un autógrafo y se imaginaba rodeado por lindas chicas. Se veía sonriendo a las cámaras, deslumbrado por las luces y saludando a sus admiradores.
Su sueño se hizo realidad. Pero, el deslumbramiento duró poco. Fue una estrella fugaz tragada por la oscuridad y consumida por la brevedad del tiempo.
¡Cuántas estrellas como Cristian brillan en esta vida! Unas, más; otras, menos. Aplaudidas, aclamadas, casi idolatradas. El tiempo elimina su brillo y, a veces, ni siquiera sobran recuerdos.
La tragedia de Cristian fue creer que podía brillar sin respetar fronteras ni límites. Pensó que podía volar como un águila sin tener alas, o bucear durante horas como un delfín siendo apenas un hombre. –Soy más yo –acostumbraba decir.
Y vivió sin respetar las reglas de la vida: “Abajo las prohibiciones”. “Cada uno decide lo que es bueno para sí”. “Hagamos el amor, y no la guerra”. En fin, proclamó la propia libertad; pero despertó, una mañana sombría, en el lecho de un hospital, sentenciado a muerte, consumido por el virus traicionero del sida.
Un día conocí al padre de Cristian. Adolfo era un cristiano fiel. Aceptó a Jesús en la hora del dolor. Abrió su corazón a remedio para su hijo amado. Oró mucho, clamó al Señor esperando un milagro. El propio Cristian abrió el corazón y, arrepentido, le pidió perdón a Dios por la forma desastrosa en que administraba la vida. Pero la muerte llegó implacable, cabalgando sobre el tiempo.
A dos años de la muerte de su hijo, Adolfo todavía se preguntaba:
–¿Por qué Dios no restauró la salud de Cristian? Él ¿no es amor?
¿Dónde están sus promesas de perdón y redención?
Adolfo necesitaba entender la dimensión del carácter protector de Dios. Nadie ama como él. Los padres humanos cuidan de sus hijos pequeños y los protegen cuando corren en una calle llena de tráfico o cerca de una vía de tren. Para los niños, no existe el peligro. Ellos no tienen conciencia de los riesgos. Por causa de esto, los padres, con bastante frecuencia, establecen reglas: “Hijo, aquí no”. “Allí es peligroso”. “Solamente puedes jugar en este espacio”. “No cruces la calle sin mirar hacia los dos lados”.
Reglas, ¿entiendes? Ellas no existen para cohibir la libertad: son, en realidad, una expresión de amor. Los padres aman a los hijos y, justamente por eso, desean verlos crecer sanos y salvos.
Anhelan conservarlos seguros y protegidos. La misma cosa sucede entre Dios y el ser humano. Llevados por sus instintos, sus hijos se crean problemas a sí mismos, y Dios, que los ama, establece reglas para mostrarles el camino seguro con el propósito de evitarles dolores y sufrimientos. La ley es una cerca protectora del amor de Dios.
Constantemente encuentro cristianos maravillosos que creen que los Mandamientos de Dios fueron dados para las personas del Antiguo Testamento. Ellos imaginan que las ordenanzas divinas no se aplican más a quienes vivimos bajo su gracia. Por otro lado, existen cristianos que creen que pueden alcanzar la salvación por guardar mandamientos.
¿Cuál es el punto de equilibrio?
El tema de la ley y la gracia parece contradictorio. Sin embargo, no es lógico colocar la ley de Dios contra su gracia. Dios es el autor de la ley y también la fuente de la gracia. Y en él no existe contradicción.
–¿Por qué los adventistas del séptimo día hablan tanto de la ley? –me preguntó Adolfo un día, mientras conversábamos acerca de los resultados de la salvación en la vida del cristiano.
–No solamente los adventistas del séptimo día –le respondí–. La ley es mencionada 223 veces en el Nuevo Testamento, mientras que Dios, buscando  la gracia es mencionada, apenas, 184 veces. No existiría la gracia si no existiese la ley. Las dos nacieron en la mente divina.
–¿De veras?
–El apóstol Pablo declara que “en lo que atañe a la ley, esta intervino para que aumentara la trasgresión. Pero allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, a fin de que, así como reinó el pecado en la muerte, reine también la gracia que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor” (Romanos 5:20, 21).
La expresión: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”, ¿necesita alguna explicación
adicional?  La gracia es la solución para el pecado.
–¿Por qué el pecado haría sobreabundar la gracia?
–Jesús murió en la cruz para salvar al pecador arrepentido. El pecado manifestó la gracia. Jesús jamás habría muerto si no existieran pecadores que necesitan la salvación. Eso es lo que declara el apóstol Pablo: “A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”(Romanos 5:6-8).
La existencia del pecado demandó la gracia.
( Esta historia continuará.... )

                                              Tomada de:  La Única Esperanza de Alejandro Bullon.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

DIRECTOR DEL WEB BLOG - REFLEXIONES PARA VIVIR


 CRÉDITOS: RENUEVO DE PLENITUD.
Comments Off
Amado hijo:
El día que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme.
Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos, tenme paciencia. Recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame.  Cuando eras pequeño para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.
Cuando estemos reunidos y sin querer, haga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando niña te ayude y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo.
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona.
Acuérdate que fui yo quien te enseño tantas cosas  Comer, vestirte y como enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes; tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuánto puedo y cuando no debo.
También comprende que con el tiempo, ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.
Cuando mis piernas fallen por estar cansadas para andar..dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernitas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuanto te ame.
Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer.
Piensa entonces que con este paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste, enojado o impotente por verme así. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir.
De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.

Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el señor tu Dios te da.  Éxodo 20:12 

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

DIRECTOR DEL WEB BLOG - REFLEXIONES PARA VIVIR


–Pero, un buen cristiano ¿no es aquel que hace todo bien? ¿No ne­cesita tener “buenas obras”?
–Un árbol de manzanas no es un manzano porque produce manza­nas… es todo lo contrario. Él produce manzanas porque es un manzano.
–Y eso ¿qué significa?
–Jesús lo dice así. Lee aquí: “Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. Un árbol bueno no puede dar fruto malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno” (S. Mateo 7:17, 18).
–¿Frutos?
–Sí. Para producir buenos frutos, el árbol necesita ser un árbol bueno. Los frutos son el resultado. Lo mismo sucede con el cristiano. Antes de preocuparse en producir buenas obras, es necesario ser un buen cristiano.
–Y un buen cristiano es aquel que va a Jesús de la manera en que está, ¿verdad?
–¡Eso mismo! Y permanece en él. ¡Entendiste!
Las horas corrían. Los amigos conversaron mucho tiempo. Jair tomó la iniciativa e hizo la pregunta –¿Podemos seguir mañana? Creo que es tarde, y tú necesitas des­cansar después de tu largo viaje.
–¿Sabes? El cansancio desapareció de tan interesante que estaba la conversación. Jamás había pensado en las cosas de las que me hablaste.
–Solamente una pregunta más.
–Claro.
–¿Aceptas a Jesús como tu Salvador? ¿Deseas ir a él tal como estás?
–Yo… quieres decir… yo…
Jair entendió que aquel no era el momento oportuno. Y completó:
–Descansa. Mañana será otro día. ¿Puedo hacer una oración por ti?
–Por favor.
Jair oró:
–Muchas gracias, Padre querido, porque un día el evangelio llegó a mi vida trayendo salvación, perdón y paz. Jamás podré agradecerte lo suficiente, porque nos salvaste a mi familia y a mí. Pero ahora, en este momento, te suplico por Pedro. Él necesita de ti, Señor. Entra en su corazón y pon orden en su vida. Arroja afuera su tristeza, su angustia, y dale un sentido a su existencia.
Al final de la oración, Pedro no pudo controlar las lágrimas. Jair lo abrazó y se retiró discretamente. Antes de salir, abrió la Biblia, buscó un versículo y le sugirió:
–Lee esto antes de dormir.
Solo, Pedro leyó: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma” (S. Mateo 11:28, 29).
Gruesas lágrimas rodaron por su rostro, marcado prematuramente por la vida. Movió la cabeza con fuerza, no sabiendo qué pensar. El corazón clamaba por paz. Hasta ese momento había vivido una carrera alucinante en busca de algo que él mismo no lograba definir. Ahora escuchaba la voz mansa de Jesús diciendo: “Ven a mí”.
¡Qué día! ¡Cuántas emociones diferentes vividas en un corto período! Pánico, desesperación, miedo, angustia, nostalgia. Y, al final del día, esperanza. Una fiesta de luz en su mundo de sombras, y la perspectiva de un mañana glorioso.
Aquella noche casi no durmió. Dio vueltas en la cama como en tan­tas otras noches. Pero aquella vez era diferente. Se acordaba de cada palabra de Jair. Se levantó, entonces, encendió la luz y abrió la Biblia algunas veces. Mal sabía que el corazón era un campo de batalla. Era consciente, sin embargo, de que necesitaba tomar una decisión urgente. No podía posponerla más. Su vida no podía continuar de la manera en que estaba. Sin embargo, solamente podía pronunciar cuatro palabras:
–Perdón, mi Dios. ¡Perdón!
La luz del amanecer entró con fuerza por la ventana y lo despertó. Era un nuevo día. Sería, también, una nueva jornada. El corazón can­tó. Abrió la ventana del dormitorio, que daba al jardín, y respiró hondo. Sabía que estaba iniciando una caminata para toda la vida. Por algún motivo, sintió que debía buscar al hijo que no conocía. Entendió que no se puede construir un edificio nuevo sin establecer fundamentos sólidos. Las mentiras son hojas sueltas que el viento arrastra sin desti­no. No existe cura sobre una herida infectada. Es necesario limpiar la herida, aunque signifique dolor.
¿Tendría fuerzas para llegar al final de la jornada? Ese no era el pro­blema, pues “Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6).
¡Ahora el corazón estaba lleno de vida!

Él estaba decidido a buscar la única esperanza real que existe.
                       Tomada de:  La Única Esperanza de Alejandro Bullon.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

DIRECTOR DEL WEB BLOG - REFLEXIONES PARA VIVIR

–¡No puede ser! Tú eres la persona más correcta que conozco.
–Puedes creer eso, pero no lo soy. Nadie es bueno.
–¿Cómo que nadie es bueno?
–Es lo que la Biblia dice. Mira.
Jair tomó la Biblia que estaba en la mesita de luz y le leyó: “Pues to­dos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Después, mirándolo a los ojos, le dijo a su amigo:
–Todos. ¿Entiendes? Todos, sin excepción. Tú, yo, todos somos pecadores.
–¿No estás exagerando un poco? ¡Existe mucha gente buena en este mundo!
–Desde el punto de vista humano, tal vez. Pero la Biblia dice que: “Así está escrito: ‘No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!’ ” (Romanos 3:10-12).
–¿Ni uno solo?
–¡Ni uno! Y no sirve de nada lo que el ser humano haga para librar­se del pecado. La mancha de la rebeldía y del mal está siempre en él. “Aunque te laves con lejía, y te frotes con mucho jabón, ante mí seguirá presente la mancha de tu iniquidad –afirma el Señor omnipotente” (Jeremías 2:22).
–Entonces, estamos perdidos…
–¡Lo estamos! Eso significa que estamos destituidos de la gloria de Dios. Y, lejos de él, andamos en el territorio de la muerte. Por eso, el apóstol Pablo dice: “Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6:23).
–No entiendo, Jair. Si somos todos pecadores y el salario del pecado es la muerte, ¿cómo estamos vivos?
–Depende de lo que entiendas por vida. Desde el punto de vista biológico, la vida es un período en el cual el corazón late y los pulmo­nes funcionan; tú respiras. Pero nosotros somos más que apenas un cuerpo; somos seres humanos con emociones, sueños y proyectos; y, para disfrutar de la verdadera vida, necesitamos más que simplemente andar, comer o dormir.
–Es verdad. Yo también creo que es así –dijo Pedro, reflexivo.
Ambos permanecieron en silencio. Pedro miró la Biblia abierta. Jair sabía que el amigo estaba asimilando la conversación, y continuó:
–Pero, no todo está perdido. Mira lo que está escrito aquí: “–Yo soy el camino, la verdad y la vida –le contestó Jesús–. Nadie llega al Padre sino por mí” (S. Juan 14:6).
–¿Jesús es la vida?
–¡Exactamente! Solamente Jesús puede darle sentido a la existencia. Por eso, él dijo: “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (S. Juan 10:10).
–Vida abundante ¡es vida con sentido!
–Eso mismo. El mismo apóstol San Juan dice: “Y el testimonio es este: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 S. Juan 5:11, 12).
Pedro continuó pensando y Jair prosiguió:
–Lejos de Jesús, la vida se transforma en una simple superviven­cia. Levantarse de mañana, trabajar y dormir no es vida, es apenas sobrevivir.
Las palabras de Jair sacudieron el corazón de Pedro, que preguntó:
–Y ¿cómo se puede obtener ese tipo de vida?
–Te voy a leer lo que Jesús dice: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (S. Juan 3:16).
–Ya escuché eso.
–Mucha gente escucha, Pedro. Pero poca gente piensa en el verda­dero significado de esta declaración. Hay algunas ideas clave en este versículo.
–¿Cuáles?


–La primera es que Dios te ama. No por lo que tú haces o dejas de hacer. El amor de Dios no es por merecimiento. Dios te ama porque él es amor (1 S. Juan 4:8). Esa es su naturaleza. No importa quién eres tú, ni lo que tú haces. Sin importar si tú crees o no, tú eres el ser más precioso para Dios en este mundo.
  Pedro no podía dominar su emoción. Los ojos le brillaban exageradamente. Si Jair hubiera sabido lo que él había hecho, con plena segu­ridad jamás le diría lo que le estaba diciendo.
–¿Quiere decir que no necesito preocuparme por mi conducta?
–Sí, lo necesitas.
–Pero tú acabas de decir…
–El amor de Dios es incondicional y para todos, pero solo tiene valor para los que lo aceptan. Por eso, el versículo que te acabo de leer dice… ¿recuerdas?: “para que todo el que cree no se pierda”.
–¿Cómo hago para creer?
–Primero, acepta el hecho dramático de que tú estás en el territorio de la muerte, lejos de Dios, perdido, y que no tienes forma de salir de esa situación. Jeremías, uno de los profetas de la Biblia, pregunta: ¿Puede el etíope cambiar de piel, o el leopardo quitarse sus manchas? ¡Pues tampoco ustedes pueden hacer el bien, acostumbrados como están a hacer el mal!” (Jeremías 13:23).
–Ese soy yo.
–Esos somos todos nosotros, Pedro. Mira: “Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino los pensamientos, para darle a cada uno según sus acciones y según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9, 10).
–Dios sabe todo –reflexionó Pedro.
–Exactamente. Al ser humano pecaminoso le gusta fingir, aparentar y “mostrar” que es buenito. Pero en el fondo sabe que su corazón es falso. Eso está en la naturaleza desde que Adán y Eva pecaron. A partir de aquel trágico día, todos nacemos con la naturaleza pecaminosa y somos incapaces de hacer el bien. Eso es lo que dice David: “Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre” (Salmo 51:5). El apóstol Pablo completa la misma idea cuando dice: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron” (Romanos 5:12).
–¿Estamos todos condenados?
–Sí y no.
–No entiendo.
–Estaríamos todos condenados, por naturaleza. Sin embargo, si después de aceptar el hecho de que tú eres incapaz de remediar tu situación vas a Jesús de la manera en que estás, escucharás su voz diciendo: “Vengan, pongamos las cosas en claro –dice el Señor–. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Isaías 1:18).
–¿Ir a Jesús llevando mis pecados?
–Es la única manera de ir a él. Mucha gente espera cambiar de vida para ir a Jesús. Espera corregir su comportamiento y dejar de hacer tal o cual cosa. Ellos jamás irán a Jesús. Solos, jamás lograrán cambiar su propia naturaleza.
–Es sorprendente.
–Es Jesús quien transforma al ser humano. Mira esta promesa: “Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos y obedezcan mis leyes” (Ezequiel 36:25-27).
–¿Así de simple?
–Y tú no pagas nada por eso. “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte” (Efesios 2:8, 9).
( Esta historia continuará.... )

                           Tomada de:  La Única Esperanza de Alejandro Bullon.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

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