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–Pero, un buen cristiano ¿no es aquel que hace todo bien? ¿No ne­cesita tener “buenas obras”?
–Un árbol de manzanas no es un manzano porque produce manza­nas… es todo lo contrario. Él produce manzanas porque es un manzano.
–Y eso ¿qué significa?
–Jesús lo dice así. Lee aquí: “Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. Un árbol bueno no puede dar fruto malo, y un árbol malo no puede dar fruto bueno” (S. Mateo 7:17, 18).
–¿Frutos?
–Sí. Para producir buenos frutos, el árbol necesita ser un árbol bueno. Los frutos son el resultado. Lo mismo sucede con el cristiano. Antes de preocuparse en producir buenas obras, es necesario ser un buen cristiano.
–Y un buen cristiano es aquel que va a Jesús de la manera en que está, ¿verdad?
–¡Eso mismo! Y permanece en él. ¡Entendiste!
Las horas corrían. Los amigos conversaron mucho tiempo. Jair tomó la iniciativa e hizo la pregunta –¿Podemos seguir mañana? Creo que es tarde, y tú necesitas des­cansar después de tu largo viaje.
–¿Sabes? El cansancio desapareció de tan interesante que estaba la conversación. Jamás había pensado en las cosas de las que me hablaste.
–Solamente una pregunta más.
–Claro.
–¿Aceptas a Jesús como tu Salvador? ¿Deseas ir a él tal como estás?
–Yo… quieres decir… yo…
Jair entendió que aquel no era el momento oportuno. Y completó:
–Descansa. Mañana será otro día. ¿Puedo hacer una oración por ti?
–Por favor.
Jair oró:
–Muchas gracias, Padre querido, porque un día el evangelio llegó a mi vida trayendo salvación, perdón y paz. Jamás podré agradecerte lo suficiente, porque nos salvaste a mi familia y a mí. Pero ahora, en este momento, te suplico por Pedro. Él necesita de ti, Señor. Entra en su corazón y pon orden en su vida. Arroja afuera su tristeza, su angustia, y dale un sentido a su existencia.
Al final de la oración, Pedro no pudo controlar las lágrimas. Jair lo abrazó y se retiró discretamente. Antes de salir, abrió la Biblia, buscó un versículo y le sugirió:
–Lee esto antes de dormir.
Solo, Pedro leyó: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma” (S. Mateo 11:28, 29).
Gruesas lágrimas rodaron por su rostro, marcado prematuramente por la vida. Movió la cabeza con fuerza, no sabiendo qué pensar. El corazón clamaba por paz. Hasta ese momento había vivido una carrera alucinante en busca de algo que él mismo no lograba definir. Ahora escuchaba la voz mansa de Jesús diciendo: “Ven a mí”.
¡Qué día! ¡Cuántas emociones diferentes vividas en un corto período! Pánico, desesperación, miedo, angustia, nostalgia. Y, al final del día, esperanza. Una fiesta de luz en su mundo de sombras, y la perspectiva de un mañana glorioso.
Aquella noche casi no durmió. Dio vueltas en la cama como en tan­tas otras noches. Pero aquella vez era diferente. Se acordaba de cada palabra de Jair. Se levantó, entonces, encendió la luz y abrió la Biblia algunas veces. Mal sabía que el corazón era un campo de batalla. Era consciente, sin embargo, de que necesitaba tomar una decisión urgente. No podía posponerla más. Su vida no podía continuar de la manera en que estaba. Sin embargo, solamente podía pronunciar cuatro palabras:
–Perdón, mi Dios. ¡Perdón!
La luz del amanecer entró con fuerza por la ventana y lo despertó. Era un nuevo día. Sería, también, una nueva jornada. El corazón can­tó. Abrió la ventana del dormitorio, que daba al jardín, y respiró hondo. Sabía que estaba iniciando una caminata para toda la vida. Por algún motivo, sintió que debía buscar al hijo que no conocía. Entendió que no se puede construir un edificio nuevo sin establecer fundamentos sólidos. Las mentiras son hojas sueltas que el viento arrastra sin desti­no. No existe cura sobre una herida infectada. Es necesario limpiar la herida, aunque signifique dolor.
¿Tendría fuerzas para llegar al final de la jornada? Ese no era el pro­blema, pues “Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6).
¡Ahora el corazón estaba lleno de vida!

Él estaba decidido a buscar la única esperanza real que existe.
                       Tomada de:  La Única Esperanza de Alejandro Bullon.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

DIRECTOR DEL WEB BLOG - REFLEXIONES PARA VIVIR

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