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El vive
Entonces Jesús les dijo: «No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos para que vayan a Galilea y allí me verán». Mateo 28:10


Es fácil imaginar lo que los discípulos sintieron cuando Jesús murió. Se habían hecho muchas ilusiones de lo que llegarían a ser cuando él fuera coronado rey. Estaban tan emocionados que con frecuencia discutían acerca de las posiciones que ocuparían en su reino. Habían escuchado de sus labios las cosas más maravillosas e increíbles. Con sus propios oídos lo habían escuchado ordenar a los muertos salir de sus tumbas. Lo habían visto sanar leprosos, dar vista a los ciegos y calmar la tempestad. Se consideraban los mortales más afortunados. Estar relacionados con Jesús era un honor. Sus esperanzas eran muy grandes.

De repente, todo se vino abajo. Ahora estaba muerto, colgado de una cruz. ¿Cómo ha­bía podido ocurrir aquello? Estaban confundidos, llenos de temor, con un dolor incom­prensible oprimiéndoles el corazón. Lo único que hacían era llorar. Los días que Jesús estuvo en la tumba fueron días de horrores. Habían perdido su fe y todas sus esperanzas. Su estado de ánimo fue perfectamente descrito por los dos discípulos de Emaús: «Noso­tros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel» (Luc. 24:21).

Sin embargo, una vez más los acontecimientos cambiaron de repente. De nuevo tomaron aliento y el gozo se instaló de nuevo en sus corazones. Todo se debió a un mensaje que recibieron. Alguien llegó proclamando a gritos un mensaje: «Él vive. Vive. ¡Gloria a Dios! Jesús ha vencido a la muerte».
¿Qué produce ese mensaje en nuestro corazón? ¿Qué sucede en nosotros cuando comprendemos que él vive? Para la humanidad la muerte es el punto final ineludible. Pero todo cambia cuando llega la gran noticia, la mejor noticia que jamás se ha dado en el universo: Jesús vive.
Porque él vive, ese hijo que descansa en la tumba se levantará. Porque él vive, ese esposo que duerme el sueño de los justos volverá al hogar. Porque él vive, la muerte no tiene por qué atemorizar. Porque él vive, el cáncer ya no es el final, y pronto desapare­cerá. Porque él vive, nos volveremos a reunir con todos los seres amados que descansan en los sepulcros. Porque él vive, el dolor, las lagrimas y todo aquello que nos aflige, muy pronto se terminará y pronto estaremos disfrutando de la dicha eterna.

Salta de gozo, deja a tu corazón latir emocionado porque ahora el futuro es brillante, y di: «Jesús resucitado está en el mundo hoy. Los hombres no lo creen, mas yo seguro estoy. Jesús, Jesús mi Cristo vive hoy amándome, mirándome. Conmigo va el Señor».

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