Jugaba al amor libre. “Mientras espero al hombre correcto, me divierto con los errados”, decía. Y su carcajada, como cascada de aguas salvajes, se perdía entre las piedras de montañas sin fin. Jugaba su propio partido; como si la vida no tuviese reglas. Corría como una gacela, por los atractivos prados de una sociedad liberal. Nadaba en las aguas turbulentas de la nueva moralidad; descendía a las profundidades de aquel mar embravecido, atraída por los corales y los peces multiformes.
Un día quiso salir. Le faltaba oxígeno… Intentó regresar a la superficie, y se dio cuenta de que había ido demasiado lejos. Murió de Sida, a los 28 años. ¡Gabriela, Gabriela! Tu piel canela estaba demasiado blanca el día de tu entierro; tus ojos, anteriormente tan vivaces, no tenían ya luz. ¿Qué hiciste con tu vida? ¿Por qué no respetaste el tiempo? ¿Por qué jugaste con tu tiempo… y te fuiste antes de tiempo?
Hay dos pensamientos contenidos en el versículo de hoy. El primero es que existe un determinado tiempo para todo. La vida no es la sucesión accidental de hechos; no debe serlo. Me alimento cuando puedo; trabajo cuando se me antoja; duermo si sobra tiempo. ¡No! Es necesario establecer un programa de actividades, y seguirlo conscientemente.
El segundo pensamiento es que lo que hay que hacer hay que hacerlo a su debido tiempo: ni antes ni después. Invertir el orden puede ser fatal. Al ser humano, sin embargo, no le gustan las reglas; quiere hacerlo todo de acuerdo con las circunstancias y conforme a su voluntad.
¿Imaginaste un partido de fútbol en que cada jugador siguiese sus propias reglas? ¿Cómo terminaría? Creo que ni empezaría. Existe un juez que determina lo que se puede o no se puede hacer, y especifica el momento de hacerlo. El tiro libre no puede ser disparado sin la orden del juez; el gol no puede ocurrir después de que el juez hace sonar el silbato, indicando el final del partido.
Si en cosas tan simples, como el fútbol, existen reglas, ¿por qué no debería existirlas en la vida?
Hoy es un nuevo día. Corre las cortinas de tu vida. Deja entrar el sol. Es tiempo de vivir, de evaluar; de corregir, si fuese necesario. Por eso, busca a Jesús, y permite que él guíe tus pasos a lo largo de este día, recordando que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Eclesiastés 3:1)
Tomado de: « PLENITUD EN CRISTO» de Alejandro Bullón.