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Vale la pena perdonar?


Cada vez que desprendemos una uva, esta se desgarra. No hay forma de no “lastimarla”. Pero el momento en que rompemos su equilibrio no necesariamente es malo; es el momento en que más dulzura destila. Aunque parece que muere, en realidad da vida.

Hay una frase que siempre me gustó: “El perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó”.

Busqué por todos lados para saber quién la dijo, pero no hay consenso; sí muchas versiones. Creo que a lo largo de la historia algunos han llegado a la misma conclusión y han descubierto –en diferentes contextos e idiomas–, una verdad que resulta universal: vale la pena perdonar.

A este mundo le falta esa dulzura y esa fragancia que solo vienen del fruto que está unido a la Vid verdadera. El perdón no es sinónimo de sumisión, de resignación ni de repetición, pero sí puede representar una grandeza que alivie cargas tan pesadas como invisibles y que cambie algunos paradigmas, no solo en tu vida sino en la de quien lo reciba.

Al perdonar, nos parecemos un poco más a Jesús, y nada malo puede salir de eso.

Sin embargo, es importantísimo recordar que, aunque Dios nos manda a perdonar, la restauración de la relación no siempre es posible o necesaria. Hay relaciones que se ven afectadas y que son dañinas para una o ambas partes, y lo más saludable es no continuarlas. Pero siempre hace bien perdonar, aunque el otro no reconozca su error o no pida perdón.

El perdón es un don divino que podemos recibir y brindar, una de las cosas más difíciles de hacer en la tierra y, a la vez, una de las cosas que más paz trae. Es algo para lo que tenemos que estar unidos a Dios.

Si intentamos producirlo nosotros, no será igual. Nuestra forma de perdonar muchas veces acarrea rencor y castigos posteriores a la otra persona, o permite maltratos continuados que atentan contra nuestro valor y dignidad, regalos valiosos y no negociables como hijos de Dios. Solo él puede ayudarnos a encontrar un equilibrio y a perdonar y amar tanto como él perdona y ama. Por eso debemos permanecer en él.

Oremos para que Dios nos ayude a destilar esa dulzura que viene con el perdón.

“Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Pues una rama no puede producir fruto si la cortan de la vid, y ustedes tampoco pueden ser fructíferos a menos que permanezcan en mí” (Juan 15:4, NTV).


Tomado de: «ETIQUETAS PARA REFLEXIONAR»

Por: « CAROLINA RAMOS