José tenía muy buen físico y era muy atractivo.
Después de algún tiempo, la esposa de su patrón empezó a echarle el ojo y le
propuso: “Acuéstate conmigo”». Génesis 39: 6, 7, NVI.
MALCOLM MUGGERIDGE, célebre periodista inglés,
escribió en una ocasión: «Hoy la gente tiene el sexo en la mente, lo cual, si
uno se pone a pensarlo, es un lugar extraño para tener el sexo». Pero la
cultura de hoy está saturada por completo de él. Estados Unidos tiene el sexo
en la cabeza de los medios de comunicación las veinticuatro horas del día. En
la ciudad, en el campo, en el espacio exterior, en el ciberespacio, el sexo
está casi en todas partes.
Está incluso en la Biblia. Nuestro texto de hoy
está tomado de uno de los mayores relatos sobre el sexo en toda la Sagrada
Escritura. Todo el mundo conoce la historia de José y el intento de seducción
por parte de la esposa de Potifar del viril joven esclavo al servicio de su
marido. No creas que sus perfumadas insinuaciones amorosas no fueron una
tentación para José. Podrían haber sido su billete para la libertad. Pero
recuerda que «Acuéstate conmigo» siempre requiere dos revolcones: revolcarte
con ella y luego revolcar en el suelo la verdad ocultando el asunto.
La respuesta de José es la línea más crítica de
la trama y la línea más importante que hay que memorizar en la batalla de uno
contra la tentación sexual: «¿Cómo podría yo cometer tal maldad y pecar así
contra Dios?» (vers. 9, NVI). No contra Potifar, no contra ella, ni siquiera
contra sí mismo: el pecado de la tentación sexual es siempre contra Dios.
Pasa igual con la pornografía, la mayor homicida moral del mundo
actual. Esta asesina que no discrimina a nadie hace presa de hombres y mujeres
de todo tipo. Su insidiosa accesibilidad telemática, su anonimato y su
asequibilidad («las tres aes del cibersexo» no admiten supervivientes. ¡He oído
a hombres adultos llorar por la intensidad su adicción sexual! ¿Qué puede
evitarle a uno la misma angustia? La contestación se encuentra en las
respuestas radicalmente opuestas de José y David a la misma tentación sexual:
José huyó, David se regodeó en ello. Y en eso estriba la fatal diferencia. Mata
el «ratón», cierra la computadora, apaga el DVD, bájate del automóvil, sal de
la oficina, quítate del teléfono, tira la revista. ¡Y echa a correr! Huye como
si tu vida dependiera de ello, porque depende. «Invócame en el día de la
angustia; te libraré y tú me honrarás» (Sal. 50: 15). Hay un Dios que puede
librarte de la tentación, de la adicción. Habiendo resistido la batalla sexual
cuando estuvo aquí, Cristo promete que tú puedes ser verdaderamente libre (Juan
8: 36). ¿Demasiado tarde para ti? ¡No lo es! «¡Crea en mí, Dios, un corazón
limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!» (Sal. 51: 10). «Lávame y
seré más blanco que la nieve» (vers. 7). Gracias al Calvario, como David,
puedes llegar a ser una nueva criatura, nuevamente limpia y pura.