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Archive for febrero 2015

El éxito no aparece de un día para otro. En la vida todo conlleva tiempo y esfuerzo; y si del jardín se trata, la paciencia es la mayor virtud del jardinero.
Terminaba la estación invernal y mi jardín parecía un solar aban­donado. Apenas era una triste maraña de arbustos carente de flores y rosales poblados de hojas secas del verano. Tuve la sensación de que mi jardín nunca más iba a reponerse. Allí habitaba el olvido. De seguro el mundo vegetal había olvidado que era hora de reanudar su curso. Solo yo sentí la impaciencia.
Me disponía a regresar a la casa con este pensamiento cuando sentí que alguien tiraba de mi cabello. Alguien en mi jardín requería mi in­mediata atención, y se negaba a soltarme. Al voltear la cabeza, noté que era un rosal, cuyas ramas desnudas y espinosas se habían enredado en mi cabello. Tuve la sensación de que la rosa me obligaba a escucharla; me decía: “Mírame, y aprende de la naturaleza”. Era una de mis rosas favoritas. Nada había en aquel rosal en ese momento que invitase la admiración. No había una sola flor, un solo pimpollo, un solo pétalo que lo hermoseara. Y sin embargo, todo en él hablaba de una belleza futura.
De repente, la imagen de aquel rosal, adornado con sus rosas de verano, apareció en mi mente. Recordé su belleza, su delicada fragancia, la suavidad de sus pétalos, sus colores exquisitos… y me encontré en falta delante de aquel rosal despojado, que tan bien sabía esperar su tiempo.
Salomón nos deja claro que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ecl. 3:1). Es normal que a veces nos desanimemos. Es normal que a veces pensemos que Dios demora en regresar a esta tierra o en contestar una oración, o que nuestros pro­blemas no se van a solucionar nunca. Pero debemos recobrar el ánimo. Las promesas de Dios no fallan. Todo tiene su propio tiempo debajo del cielo. Y cuando de la eternidad se trata, Dios tiene su propio tiempo.
Dios cumplirá sus promesas bajo cualquier circunstancia. Nuestra esperanza es “la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos” (Tilo 1:2).
Olga Valdivia
Tomado de: Lecturas devocionales “Jardines del alma”- Por: Diane de Aguirre
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Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito, escribió una his­toria basada en una experiencia personal, que tituló “La sonrisa”. Narra que durante la Guerra Civil Española, en la que combatió contra las tropas de Franco, fue capturado y apresado, y se dispuso su ejecución para el día siguiente. Este es su testimonio:
“Estaba seguro de que iba a morir. Estaba terriblemente nervioso y angustiado. Hurgué mis bolsillos en busca de algún cigarrillo. Encontré uno y, como me temblaban las manos, difícilmente pude ponerlo en los labios. Pero no tenía fósforos, pues me los habían quitado. Miré al guardia a través de los barrotes de la prisión. Él no hizo contacto visual alguno conmigo. Lo llamé: ‘¿Tiene un fósforo, por favor?’. Me miró, se encogió de hombros, y se acercó para encender mi cigarrillo. Cuando lo hizo, inadvertidamente su mirada se encontró con la mía. Y le sonreí. No sé por qué, pero lo hice. Quizás estaba nervioso; quizá fue porque, cuando estás muy cerca de otro, es difícil no sonreír… Sé que él no lo quería, pero mi sonrisa atravesó las barras de la prisión y generó también una sonrisa en sus labios… Mantuve la mía, viéndolo ahora como a una persona y no como a un carcelero. Su mirada parecía tener también una nueva dimensión para mí.
-¿Tiene hijos? -me preguntó.
-Sí, aquí, aquí -le respondí.
Saqué mi cartera, y nerviosamente busqué las fotografías de mi familia. El también sacó las fotografías de sus hijos, y comenzó a hablar de sus planes y esperanzas para ellos. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Le dije que temía que nunca vería de nuevo a mi familia. No tendría oportunidad de verlos crecer. Las lágrimas llenaron también sus ojos.
“De repente, sin decir palabra, abrió la puerta de mi celda, y en si­lencio me sacó de ella; sigilosamente, y por calles desoladas me sacó de la ciudad. Una vez allí, en los linderos, me liberó. Y sin emitir palabra, regresó a la ciudad”. Saint-Exupéry termina el relato con la sugestiva reflexión: “Una sonrisa salvó mi vida”
Florencia Benech Dreher.
Tomado de: Lecturas devocionales  2015 “Jardines del alma.
Que cada día a pesar de las pruebas y dificultades que se nos presenten, recordemos que una sonrisa puede marcar la diferencia y hasta puede salvarnos la vida . Bien dice la sabiduría divina: " El corazón alegre hermosea el rostro" . (Proverbios 15:13)
                                                                 JOHN CARLOS SOTIL LUJAN
                                          DIRECTOR DEL WEB BLOG REFLEXIONES PARA VIVIR
                                                      www.facebook.com/reflexionesparavivir

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