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Mientras Miguel terminaba de armar el árbol de Navidad en la sala de su casa, se podían escuchar desde la cocina los villancicos que sonaban en la vieja radio a pilas que mamá colocaba sobre el refrigerador. Qué hermosa que era esa fecha. Parecía que todos los problemas de la casa se habían esfumado, y solo reinaba una atmósfera de paz y felicidad.

Ya estaba casi todo listo y solo faltaba colocar la estrella, cuando surgió un problema. Era muy alto para que Miguel pudiera alcanzar la punta del árbol. Entonces, él le pidió ayuda a su hermano David, quien lo levantó en sus brazos para que pudiera alcanzar la puntita del árbol.

Un poco más tarde, junto a la mesa, estaba toda la familia reunida, lista para disfrutar de una rica cena navideña. Justo antes de dar gracias a Dios por los alimentos, el papá le preguntó a Miguel qué es lo que más le gustaba de la Navidad. 

Una sonrisa se dibujó en el rostro del pequeño, mientras miraba de reojo debajo del árbol que estaba frente a la mesa, y respondió: “Los regalos, papá, sin duda lo que más me gusta de la Navidad son los regalos”.

Pareciera increíble que la fecha en que el mundo dice recordar un acontecimiento tan trascendente para su destino, que recuerda aquel acto de generosidad jamás visto, se dedique a autogratificarse y a satisfacer su egoísmo.

Si hay un espíritu que debe reinar en la Navidad es el de dar, el de ofrecer, el de negarse a sí mismo por el bien de los demás  “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Dar fue la mayor manifestación de Dios hacia el ser humano. El Señor dio lo más valioso que tenía: su propio Hijo. 

El espíritu de la Navidad es donar, regalar. Pero ¿qué clase de regalo?

El regalo del que estoy hablando no se compra en un almacén de barrio ni se lo ofrece en las grandes tiendas de las capitales del mundo. Por otra parte, tampoco habría suma de dinero capaz de pagarlo. Es más, es el único regalo que puede llenar nuestro anhelo más profundo.

 Alguien dijo, alguna vez, acerca de nuestra mayor necesidad:

“- Si nuestra mayor necesidad hubiera sido la información, Dios nos habría enviado un educador.
“- Si nuestra mayor necesidad hubiera sido la tecnología, Dios nos habría enviado un hombre de ciencia.
“- Si nuestra mayor necesidad hubiera sido el dinero, Dios nos habría enviado un economista.
“- Si nuestra mayor necesidad hubieran sido los placeres, Dios nos habría enviado un animador de fiestas.
“- Pero, nuestra mayor necesidad es el perdón, de modo que Dios envió un Salvador”.

Jesucristo, el Salvador del mundo, es el mayor regalo que podemos recibir y también dar en esta Navidad. No gastes energías en vano. En esta Navidad, puedes recibir a Jesús en tu corazón y compartirlo con tus seres queridos.

Tomado de Revista Acción Joven. 

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