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En 1944 las fuerzas militares rusas invadieron Alemania. La compañía de Walter Flandera fue tomada prisionera y llevada a un campo de concentración ruso. Era pleno invierno. Ahí pasaban hambre, frío y miedo. Un día, un oficial llegó al lugar donde estaba Walter y, dividiendo el grupo en dos, dijo: “Los de la derecha seréis fusilados mañana por la mañana; y los de la izquierda, por la tarde”. Flandera estaba en el grupo de la tarde. Aquella noche, nadie pudo dormir. Se escuchaban lloros, lamentos, súplicas de perdón, oraciones, blasfemias… Flandera guardaba silencio.

Por la mañana, el pelotón de fusilamiento estaba listo. Se colocó al primer grupo en hilera y un oficial les ordenó que corrieran por la explanada helada que había delante. Tan pronto como lo hicieron, empezó a sonar el tableteo de las ametralladoras que los fueron barriendo hasta no quedar ninguno con vida.

¡Horrible! Walter Flandera sintió una terrible angustia, se acordó de su madre, de la fe que ella le había inculcado; intentó orar, recordar algunos textos, sacó del bolsillo el Nuevo Testamento y buscó desesperadamente algún consuelo. ¡Nada! “¡Señor, escúchame! No me he acordado de ti. No te he sido fiel –dijo con voz entrecortada–, pero si me libras de la muerte te entregaré mi vida”. Y, sin poder terminar, comenzó a llorar desconsoladamente.

Unas horas más tarde, el mismo pelotón de fusilamiento volvió. La misma orden… Walter corrió con todas sus fuerzas. Detrás de él, escuchaba la respiración jadeante de alguien que corría tanto como él. Las balas silbaban por todas partes. De pronto, una bala alcanzó al hombre que corría tras él y, al caer, le tiró al suelo a él también; su cuerpo quedó debajo del moribundo. 

La sangre manaba a borbotones de la yugular seccionada derramándose por los cuerpos de ambos. Walter notaba cómo aquel fluido viscoso estaba cubriendo su cuerpo. Las ametralladoras cesaron. Cuando el oficial pasó cerca de ellos para darles el tiro de gracia, les dio una patada y continuó. ¡Walter Flandera estaba vivo debajo de aquel cadáver!

 Antes de que recogieran los cuerpos sin vida, Flandera huyó sin saber ni cómo ni dónde. Luego, cumplió su promesa y, concluida la guerra, terminó sus estudios y dedicó toda su vida a la educación cristiana en el colegio adventista de Bogenhofen (Alemania).

Así redescubrió Flandera al Dios de su madre y de su niñez. Pero descubrió algo más precioso: que la sangre de Cristo derramada en la cruz nos redime.

No olvides que hoy estás vivo gracias a la sangre de Cristo.

Tomado de : Pero hay un DIOS en los cielos… Por: Carlos Puyol Buil

No olvidemos  el texto Bíblico para reflexionar hoy: 

“En él tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”. (Efesios 1: 7)

Que cada día podamos estar agradecidos porque el amor de nuestro Dios, nos mantiene con vida y el sacrificio de su hijo nos garantiza el perdón de nuestros pecados y  la vida eterna 


                                                JOHN CARLOS SOTIL LUJAN
                                  DIRECTOR DEL WEB BLOG REFLEXIONES PARA VIVIR
                                         www.facebook.com/reflexionesparavivir

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