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Aun cuando nuestra sociedad occidental, desde hace más de doscientos años, se ha venido convirtiendo en escéptica, secularizada, antirreligiosa, todo el mundo tiene sus “dioses”.
Porque un dios es, por definición, aquello que ocupa un lugar supremo en nuestra mente; lo que admiramos por encima de todo; aquello a lo que le otorgamos nuestra lealtad y el supremo afecto; lo que rige, en última instancia, nuestro pensamiento y nuestra voluntad. Aquello que creemos que nos puede dar la felicidad suprema, definitiva.
La pregunta es: ¿merecen todos estos dioses humanos nuestra devoción suprema y nuestra lealtad incondicional; que estructuremos nuestra vida y nuestra voluntad en función de ellos? ¿Realmente pueden garantizarnos la felicidad inefable que buscamos de ellos?
Por otra parte, ¿merece Dios, el Creador revelado en la Biblia, que realmente lo consideremos “nuestro Dios”; es decir, que sea nuestro objeto supremo de devoción y lealtad? ¿Tiene él tales características, tales cualidades, tales sentimientos y tal trato con nosotros, y es capaz de ofrecernos una promesa suprema y duradera de felicidad, que ameriten que lo constituyamos en nuestro Dios?
Esta pregunta solo puedes contestarla tú en la medida en que conozcas al Dios creador y Padre amante tal como él se ha revelado en la naturaleza, en las experiencias de tu vida y la de otros, y en su Revelación suprema, la Biblia, y sobre todo en la vida de su Hijo Jesucristo.
Todo el problema del “terrible experimento de la rebelión”(iniciada por Satanás en el cielo) tiene que ver con si erigimos a Dios en nuestro corazón como lo que realmente es, “nuestro Dios”: si le damos el primer lugar en nuestra vida o si nos colocamos a nosotros mismos, o a otros seres o cosas, como nuestro dios.
A medida que conozcas la grandeza de su carácter, los alcances infinitos de su amor por ti, los gloriosos planes que tiene para tu vida, y el destino final feliz y eterno que tiene reservado para tu existencia, te irás dando cuenta de que nada hay en este mundo que se compare con Dios. Nada puede ser tan satisfactorio, nada te puede garantizar la felicidad como él, nada ni nadie merece ocupar su lugar en tu corazón.
Tomado de: “El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie.
No olvidemos  el primer mandamiento Bíblico:
       "No tendrás dioses ajenos delante de mí" . Éxodo 20:3.           

Que cada día tomemos la decisión que nada ocupe el lugar que nuestro Dios Creador merece, ya que el dinero , la fama y cualquier otra cosa no son dioses verdaderamente.
                                                             JOHN CARLOS SOTIL LUJAN
                                DIRECTOR DEL WEB BLOG REFLEXIONES PARA VIVIR
                                         www.facebook.com/reflexionesparavivir


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