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Archive for mayo 2014

Pascal decía que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Tal vez sea verdad; tal vez, no. Sin embargo, el ser humano mu­chas veces se deja envolver fácilmente por los impulsos insensa­tos de la pasión. De otro modo, sería difícil explicar lo que sucedió en la mañana triste de aquel mes de julio.
El tren había llegado al final del trayecto, y los pasajeros salían como una jauría enloquecida. Entre la multitud, un hombre, musculoso, de comportamiento extraño, escondía el rostro detrás de gruesos lentes oscuros y una gorra.
A pesar del aire misterioso, nadie podía sospechar que, debajo del abrigo, aquel ciudadano ocultaba un revólver calibre 38. El hombre no era ni anciano ni joven. Aparentaba tener cerca de 50 años y caminaba con pasos ligeros, mirando hacia adelante, atento para no perder de vista a la bella morena de vaqueros y blusa negra que andaba apresu­radamente entre la multitud.
La mujer, de 35 años, miraba constantemente hacia atrás, aprensiva, presintiendo que estaba siendo seguida. Repitió aquel ritual tres o cuatro veces y, antes de entrar en el túnel para atravesar la avenida, se agachó fingiendo atarse los cordones, intentando descubrir si alguien la seguía.
El reloj de la iglesia de al lado indicaba las 8:15 de la mañana. La ciudad, en aquella hora, estaba llena de gente. Personas de todos los tipos, corriendo detrás de sus sueños, sin importarle el drama de los personajes de nuestra historia.
Lucía salió del otro lado de la avenida e ingresó en un parque. No quería ir, pero lo hacía. Ella no era una mujer vulgar. Su apariencia her­mosa atraía con facilidad la atención de los hombres, pero no era una persona sin escrúpulos. Tenía honra y dignidad; detestaba la mentira. Por eso, aquella mañana, su corazón se agitaba angustiado.
Todo había comenzado casi sin que ella se diera cuenta y, poco a poco, fue prendiéndose en una telaraña de circunstancias de la que estaba determinada a librarse aquella mañana. Como en una película, comenzaron a desfilar los recuerdos de las últimas peleas con su marido. Escenas terribles de celos, agresiones en medio de la calle, noches de discusiones sin fin y, finalmente, la traición, como válvula de escape.
¿Justificación? Tal vez. ¿Disculpa? Quién sabe. Lo cierto es que ella estaba ahí, en el lugar del encuentro, en el escenario de la tragedia.Entre árboles centenarios y vegetación descuidada, sentado en un banco viejo, un hombre rubio, relativamente joven, leía un diario mientras fumaba displicentemente. Lucía se aproximó. Él se levantó y corrió a su encuentro con los brazos abiertos.
Evaldo, el marido celoso, se ocultó detrás de un viejo anacardo y desde allí observó aquella escena. Parecía indeciso y sudaba a pesar del frío de julio; exhalaba dolor y odio, con el revólver en la mano. El resto de la historia es simple de imaginar. El rubio se llevó cuatro tiros y cayó muerto a la hora. Lucía quedó agonizante, con dos tiros en el pecho.
Evaldo intentó dispararse el último tiro en la propia cabeza, pero ya no le quedaban balas. Entonces, se arrodilló frente al cuerpo de la amada; desesperado, tomó el cuerpo ensangrentado de la bella morena y lloró, gritando mucho: –¿Por qué tenía que terminar de esta manera?
( Esta historia continuará.... )

                        Tomado de:  La Única Esperanza de Alejandro Bullon.

JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

DIRECTOR DEL WEB BLOG - REFLEXIONES PARA VIVIR
Decir algo nuevo sobre David es muy difícil, pero vamos a meditar en un aspecto de la larga vida del segundo rey de Israel.
Desde su aparición en el relato bíblico hasta el momento final de su vida, David siempre llama la atención. Héroe o villano, siempre está en el centro de la escena. Mata al gigante, se transforma en héroe; manda matar al marido de Betsabé, y llega a lo más bajo que se puede suponer de un religioso: asesino y adúltero. Los extremos eran territorios comunes en su vida.
A pesar de esto, Dios dice que es un varón conforme a su corazón (Hech. 13:22). ¿Cómo puede ser?
Cuando un alcohólico o drogadicto llega al seno de la iglesia y comienza a compartir su vida con los santos, comúnmente la reacción es de alegría. Un pecador arrepentido; un súbdito del enemigo que es conquistado para el ejército del Señor. Cuando un hijo de la iglesia cae y busca regresar, normalmente encuentra muchas puertas cerradas.
Si David hubiera sido un rey filisteo convertido, sería un ejemplo perfecto; a pesar de los pecados que pudiera haber cometido. Como es un israelita que peca, mis amigos se multiplican diciendo que no podría ser “un hombre conforme” al corazón de Dios. Seguimos teniendo problemas con los hijos pródigos. Continuamos siendo muy “hermanos mayores”.
Más allá de entender que nosotros también somos pecadores, más allá de comprender que un pecado acariciado -sin importar cuál sea- nos destituye de la presencia de Dios, seguimos criticando (eso ya es pecado) a los que cometen pecados diferentes de los nuestros.
Creo que ahí está el centro de la cuestión. Criticamos a quien peca diferente. Nuestro pecado siempre es justificable; el del otro -si es diferente- es condenable. Para nuestras equivocaciones siempre tenemos alguna explicación, que en el fondo usamos para intentar quedar como inocentes. Para las de los otros, las mismas explicaciones tienen otras finalidades, normalmente condenatorias.
Creo que ahí está el secreto de David. Él cayó y no intentó explicarse ni justificarse, y el Señor lo levantó porque “te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: ‘Voy a confesar mis transgresiones al Señor’, y tú perdonaste mi maldad y mi pecado” (Sal. 32:5).
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas” . Por: Milton Betancor
JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

DIRECTOR DEL WEB BLOG - REFLEXIONES PARA VIVIR
¿A qué cosas llamamos casualidad? Usualmente llamamos casualidad a cosas maravillosas sin darnos cuenta, y es que si analizamos a la mayoría de cosas que llamamos casualidad, es un hecho sorprendente en el que todo ha estado en el lugar, a la hora y de la manera más precisa posible. Expresamos, “casualmente ese día yo llegue más temprano que nunca, él estaba allí, y así nos conocimos” o “casualmente ese día todo se retrasó, no pude ir a la reunión que tenía y el auto en el que debía ir se accidentó”.
¿Sabes algo? Yo no creo en casualidades, y aunque haya muchos letreros rodando por internet que anuncian esto, muy pocas personas son las que en realidad entienden el verdadero significado.
No creer en casualidades implica aceptar que Dios no deja nada al azar. Implica que en lo que parece común, podamos ver los maravillosos milagros que Dios realiza. Incluso sin darte cuenta hasta pasar por una situación difícil te puede llevar a conocer al amor de tu vida o quizá te puede llevar a alcanzar el negocio que estabas esperando.
No por casualidad hoy te has levantado de tu cama, no por casualidad estás aquí leyendo esta meditación o escuchándola. No por casualidad eres parte de la familia en la que naciste, no por casualidad Dios un día te llamo y te rescató, o si bien deseas llamar casualidad a los milagros de Dios, será tu decisión.
Pero hoy he venido a contarte que hay un Dios, nuestro Dios, que no ha dejado nada en tu vida al descuido, no ha dejado nada a la simple casualidad, y tan es así que aún cuando tomas malas decisiones y quizá te interpones en los planes de Dios, él transforma tus pasos en sus propósitos y lo que podría ser un desastre ahora es un maravilloso regalo de Dios.
¿Cómo decir que eso no es un milagro? ¿Cómo olvidar que el Dios que se toma el trabajo de contar cada uno de mis cabellos estará pendiente de cada detalle por mínimo que sea en mi vida?
Hoy es un día para dejar de creer en las casualidades, y empezar a creer en los grandes milagros que Dios hace a cada instante por ti.
Escrito por: Jazmin Barros.
JOHN CARLOS SOTIL LUJAN 

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