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Archive for marzo 2010

Siervos todavía
Antes ofrecían ustedes los miembros de su cuerpo para servir a la impureza, que lleva mas y más a la maldad; ofrézcanlos ahora para servir a la justicia que lleva a la santidad.
(Romanos 6: 19).

EL HECHO DE SER LIBERADOS DEL PODER del pecado no significa que nunca mas vamos a cometer una falta o a caer en un pecado La liberación es del dominio del mal en la vida, no de la posibilidad de pecar Notemos las pabbras del apóstol Pablo: «Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo monal, ni obedezcan a sus malos deseos» (Rom. 6:12).
Antes de conocer a Cristo pensábamos que lo normal era ser como éramos. Vivir como vivíamos era para nosotros el modo común y natural de vivir. Pensábamos que lo que hacíamos era lo normal. Pero al relacionarnos con Cristo, cambia nuestra manera de ver las cosas Ahora vemos que hay otra manera de vivir; otra manera de ser Se abre delante de nosotros la posibilidad de vivir una vida diferente Ya el pecado no se apodera de nuestra vida, no reina mas, ni somos mas sus subditos leales ante quien tenemos que inclinamos en obediencia ciega Ese dominio se rompió Cristo lo elimino Pero esta liberación del yugo del pecado trae un nuevo estatus y condición Antes éramos esclavos de Satanás; ahora somos esclavos de Cnsto Antes éramos siervos del pecado; ahora somos siervos de la Justicia Pablo lo ilustra bien En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia» (Rom 6: 18). En el mundo existen solo dos poderes: el bien y el mal Existen solo dos señoríos: el de Cnsto y el de Satanás No hay terreno medio, ni medias aguas No hay neutralidad Cuando Cristo nos ribera, llegamos a ser de él Al llegar a ser suyos, el dominio del mal se rompe, y ahora somos aliados de la justicia Ese es el indicativo Somos libres del mal. y por ese mismo hecho, ahora somos siervos de la Justicia Ya no tenemos que vivir a la manera antigua De allí viene el imperativo: Vivamos como se vive la vida en Cristo.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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El poder de la influencia.
Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu (2 Corintios 3: 18).

UN ASUNTO TAN TRASCENDENTAL como es el plan de salvación, tiene que tener implicaciones profundas en la vida de los que se acogen a él. Como este plan implica una relación personal, es imposible que el ser humano no salga afectado por ella. La relación es con la persona de Cristo.


Es imposible que tengamos una relación personal con él, y que no salgamos influidos por lo que él es. Se dice que un pensador griego dijo una vez: «Soy una parte de todos aquellos a quienes he conocido». Tratar con personas nos afecta de una forma u otra. Es una gran verdad que «hay misteriosos vínculos que ligan las almas, de manera que el corazón de uno responde al corazón del otro» (Consejos para maestros, padres y alumnos, p. 211). Una vez que nos hemos relacionado con alguien, ya no seremos los mismos de antes. Se nos dice: «Cada acto de nuestra vida afecta a otros para bien o mal. Nuestra influencia tiende a elevar o a degradar; es sentida por otros, hace que los demás obren impulsados por ella, y en un grado mayor o menor es reproducida por otros» (Consejos sobre la salud, p. 418).

Esto que llamamos el poder de la influencia, es especialmente cierto en lo que respecta a nuestra relación con Cristo. Cuando conocemos a Cristo y su esfuerzo salvador, cuando intimamos con él y llega a ser un amigo personal, se convierte en una influencia poderosa en nuestras vidas. Su manera de ser y de pensar nos va a afectar profundamente. Si en verdad lo conocemos, ya no seremos los mismos.

Por el hecho de conocer el evangelio de Cristo y aceptar su ofrecimiento, hemos caído bajo la influencia de su vida. Esa vida nos va a cambiar para bien. No puede ser de otra manera. Creer en él nos ha colocado bajo la esfera de su influencia. Por eso vamos a considerar cuáles son las implicaciones que tiene para el ser humano ser objeto de la gracia de Dios. Eso lo consideraremos en los días que siguen. Que el Señor nos permita ser transformados a su imagen.


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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El arrepentimiento imposible

Cuando la tierra bebe la lluvia que con frecuencia cae sobre ella, y produce una buena cosecha para los que la cultivan, recibe bendición de Dios. En cambio, cuando produce espinos y cardos, no vale nada; está a punto de ser maldecida, y acabará por ser quemada . (Hebreos 6: 7, 8).
EL PECADO IMPERDONABLE, también llamado pecado contra el Es­píritu Santo, no es una acción contra el Espíritu, sino una serie de ac­ciones que consiste en un rechazo constante del llamado que él hace a la conciencia; como es el desprecio del esfuerzo divino para despertar la conciencia de una persona y llamarla al arrepentimiento, no tiene perdón. Es, en realidad, una ofensa contra Dios, pero que se asocia con su Espíritu, porque es este el que guía y conduce a la salvación.

En la Epístola a los Hebreos encontramos que este mismo pecado se menciona de un modo diferente, pero que nos puede ayudar a entender un poco mejor sus implicaciones: «Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimentado la buena pala­bra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado» (Heb. 6: 4-6).

Aquí, el autor de Hebreos trata con un pecado del cual no hay arrepen­timiento. Es similar al anterior en el sentido que quienes lo experimentan no sienten arrepentimiento. Pero se diferencian en que, en el primero, se rechaza al Espíritu que llama al arrepentimiento; en este se rechaza al Espíritu des­pués de haber sido guiado al arrepentimiento. Es decir, este caso es un asun­to de apostasía. La persona fue iluminada por el Espíritu Santo, saboreó el don celestial, fue guiada por el Espíritu de Dios, estudió y experimentó el poder de la Palabra de Dios y gozó los poderes del mundo venidero, pero después se apartó. Al hacer esto, crucificó de nuevo a Cristo, y lo expuso a la vergüen­za pública. De acuerdo al texto, es imposible que los tales se arrepientan. Por lo tanto, tampoco hay perdón.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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El pecado imperdonable

Les aseguro que todos los pecados y blasfemias se les perdonarán a todos por igual, excepto a quien blasfeme contra el Espíritu Santo. Este no tendrá perdón jamás; es culpable de un pecado eterno (Marcos 3: 28, 29).


EN MEDIO DE TODAS ESTAS PROMESAS de perdón y seguridad, resulta incomprensible, por lo menos para algunos, que haya un pecado que Dios no pueda perdonar. El Señor dijo lo siguiente: «Y todo el que pronuncie alguna palabra contra el Hijo del hombre será perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón» (Luc. 12: 10).

¿En qué consiste este pecado contra el Espíritu Santo que no puede ser perdonado por Dios? ¿No puede el Espíritu Santo llevar a una persona al arrepentimiento por haber hablado contra él? ¿Qué implica este pecado que un Dios perdonador no pueda perdonar?

El contexto de la declaración del Señor en el Evangelio de Mateo es que los fariseos, que presenciaron la sanidad de un hombre que estaba endemoniado, dijeron que él expulsaba los demonios por el poder del príncipe de los demonios, no por el Espíritu Santo. Rechazaron la evidencia que se les dio, y rechazaron al Espíritu de Dios que los quería convencer del mesianismo de Jesús. Así que nos damos cuenta de que la blasfemia contra el Espíritu no es un acto pecaminoso, sino una actitud. Las personas, ante la evidencia que el Espíritu da, la rechazan y la atribuyen a Satanás. En eso consiste la blasfemia contra el Espíritu, en rechazar persistentemente el llamado del Espíritu Santo. ¿Puede Dios perdonar eso? No puede. Dios llama, pero no puede forzar a nadie. Dios invita, pero no puede obligar a que se acepte su invitación. Quienes recha­cen persistentemente los llamados de la misericordia divina, finalmente se perderán. Dios, el Todopoderoso, ha decidido que no obligará a nadie a hacer algo contra su voluntad. Dios decidió darnos esa libertad, y la respetará hasta el fin.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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El perdón
He disipado tus transgresiones como el rocío, y tus pecados como la bruma de la mañana. Vuelve a mí, que te he redimido (Isaías 44:22).

LA CONFESIÓN SINCERA LLEVA FINALMENTE al perdón, que, es sinónimo de justificación. Como resultado de estos pasos anteriores, Dios ha prometido perdonarnos. Es recorfontante y animador saber que cuan­do vamos a Dios en busca de una solución para nuestro pecado, nos encon­tramos con un Dios perdonador. Por eso, el salmista se alegraba cuando de­cía: «Pero en ti se halla perdón» (Sal. 130: 4). No hay nada más devastador para el pecador, que llegar a la conclusión de que su pecado no tiene solución, y que Dios no puede perdonarlo. Si hay algo que resulta claro como el agua cris­talina, es que el Dios de la Biblia se complace en el perdón.

El perdón divino es total y exige pocas condiciones. La Palabra de Dios nos asegura el perdón completo y absoluto de parte de Dios. El Señor usa algunas metáforas y analogías para aseguramos que él se complace en el per­dón de sus hijos. Dice el profeta: «¿Qué Dios hay como tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo?» (Miq. 7: 18). «Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente» (Sal 103: 12). «Yo soy el que por amor a mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más de tus pecados» (Isa. 43: 25). «Vengan, pongamos las cosas en claro —dice el Señor—. ¿Son sus pecados como es­carlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Que­darán como la lana!» (Isa. 1: 18).

Por eso, resulta intrigante que haya personas que piensen que Dios no las puede perdonar. Sí, lo que resulta increíble es que Dios perdone todos nues­tros pecados, no importando cuáles ni cuántos hayan sido. Alguien podría decir que es demasiado bueno para ser cierto. Pero eso es lo que la Biblia nos dice. A esto fue para lo que vino Jesús. El ángel dijo que le pondrían por nom­bre Jesús, «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1: 21).

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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LA CONFESION AL PROJIMO
Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad (1 Juan 1: 9).

LA CONFESIÓN DEL PECADO es solo un aspecto del plan de Dios para ayudar a solucionar el pecado y sus consecuencias en la vida humana. Frecuentemente, el pecado no es contra Dios solamente, sino que hay otras personas a quienes nuestras faltas pueden afectar. El plan divino de la confesión requiere, si ha de haber sanidad total, que se haga confesión, no solo a Dios, a quien ofende toda falta, sino también al prójimo.

Esta es la razón por la que la Palabra de Dios nos dice: «Por eso, confiésense unos a otros sus pecados [...] para que sean sanados» (Sant. 5: 16). La confesión tiene en sí el poder de restaurar heridas. Es parte del plan divino que los seres humanos arreglen sus problemas unos con otros, a fin de hallar paz con el prójimo y con Dios.

A veces es más fácil confesar a Dios nuestros pecados, que pedir perdón a quienes hemos ofendido. Hacer esto requiere humildad y valentía. Por eso, hay personas que evitan el encuentro con su prójimo al ir directamente a Dios. Pero el Señor sabe que eso no nos va a ayudar a solucionar plenamente el problema. Por eso recomendó: «Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcilíate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mat. 5: 23, 24). Dios no puede aceptar la confesión hecha a él si hemos pasado por alto a nuestro prójimo.

La confesión tiene otro aspecto difícil que hace que muchas personas la quieran pasar por alto. Cuando la falta es privada, debe confesarse privadamente; pero cuando la falta es pública debe hacerse públicamente. Si hacer una confesión privada requiere humildad y valor, la confesión pública lo requiere en mayor grado. Esta es la razón por la que no escuchamos muchas confesiones públicas.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Arrepentimiento

Entonces el faraón mandó llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: -Esta vez reconozco mi pecado. El Señor ha actuado con justicia, mientras que yo y mi pueblo hemos actuado mal. No voy a detenerlos más tiempo; voy a dejados ir. Pero rueguen por mí al Señor' (Éxodo 9: 27, 28).

LA CONTRICIÓN CONDUCE AL ARREPENTIMIENTO Este dolor y tristeza por haber pecado se hayan tan íntimamente unidos al arrepentimiento, que muchas veces se los considera como parte de el. Pero la palabra arrepentimiento en si, tanto en su origen hebreo como griego. denota un cambio de rumbo, de actitud, de pensamiento. En la mentalidad hebrea, es cambiar de dirección, en la griega es cambiar de mentalidad Ambas cosas están relacionadas, pero primero cambiamos de pensamiento, y luego decidimos ir por otro rumbo Lo importante es que cambiar de opinión afecta las decisiones de la vida.

La tristeza y el dolor por el pecado se relacionan estrechamente con el arrepentimiento, y así como hay dos clases de tristeza, hay dos clases de arrepentimiento el genuino y el falso La tristeza inducida por el Espírit de Dios lleva al arrepentimiento genuino, mientras que la inducida por Satanás conduce al falso arrepentimiento Ambos se parecen tanto, que solo Dios que conoce el corazón y los pensamientos puede saber cuál es cuál En otras ocasiones, resulta evidente cuál es el genuino y cuál el falso, siguiendo el principio mencionado por el Señor de que por sus frutos los conoceréis

Tal es el caso de faraón en conexión con el éxodo israelita En el relato bíblico, varias veces se presenta al faraón como una persona arrepentida Hasta le pidió a Moisés que orara por él y reconoció su pecado de obstinación. Pero después de pensarlo mejor, cambiaba de opinión. Demostraba con ello que su arrepentímiento no era sincero. Sí, parecía que era una persona arrepentida, pero sus acciones posteriores revelaban lo contrario, porque el genuino arrepentimiento implica no solo cambio de parecer, sino también de conducta. Lo mismo sucedió con Balaam y con Judas. Parecían arrepentidos, pero no lo estaban. Satanás es el maestro de la falsificación lleva a las personas a creer que están arrepentidos, pero es un arrepentimiento falso de principio a fin .

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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La contrición

La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvacion, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte (2 Corintios 7: 10).

EL SIGUIENTE PASO EN LA DINÁMICA de la salvación es lo que los teólogos llaman contrición. Esta se define como el dolor profundo que una persona siente por haber ofendido a Dios Cuando la fe nos confronta con la persona de un Dios amoroso que quiere ayudamos a resolver el mal en nosotros, nos sentimos tristes y apenados Este sentimiento también es producido por el Espiritu de Dios Es parte del proceso divino para llevamos a la sanidad espiniual y mental.

La Biblia nos dice que hay dos clases de tristeza. La tristeza según Dios nos lleva a la salvación Hace que nuestro corazón se duela por haber ofendido a un Dios que nos ama y quiere nuestro bien. Asi como nos sentimos mal cuando ofendemos a alguien a quien amamos, asi nos duele saber que hemos ofendido a Dios que nos ama tanto.

Pero la tristeza según el mundo la provoca Satanás Es el mismo sentimiento que el anterior, pero de signo contrarioo, no se enfoca en Dios Se concentra en las consecuencias del mal, con el objeto de traer angustia y desesperación al corazón humano. Hace que las personas desarrollen terror a las consecuencias de su pecado Dice el apóstol que esta tristeza lleva a la muerte. En efecto, cuando este sentimiento de dolor se descontrola. puede llevar a las personas a la pérdida de la razón y al suicidio. Frecuentemente oímos de personas que se cortan las venas, se suben a puentes o edificios altos, y se lanzan al vacio, toman dosis elevadas de ciertos medicamentos o dirigen su automóvil a un barranco para poner fin a la angustia mental en la que viven Muchas de esas situaciones son provocadas por un profundo complejo de culpa que Satanás manipula para el perjuicio de las personas Sin embargo, el Espiritu Santo nos lleva a Cristo, que nos da alivio y descanso.


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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La convicción de pecado
Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio (Juan 16: 8).


CUANDO DIOS, POR UN ACTO DE MISERICORDIA y amor, perdona al pecador, soluciona el pecado en el ser humano, que es un obs­táculo para que Dios se reconcilie con él. La justicia y la santidad divinas condenan el pecado. Decíamos que esto es lo que la Biblia llama la ira de Dios. Pero una vez que Dios perdona al hombre, este no está más bajo la condenación divina. Por eso, si somos perdonados, no somos condenados. Si somos justificados, somos absueltos de nuestra culpa. La condenación es contraria a la justificación.


El apóstol Pablo lo pone de una manera interesante: «Por tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos. Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos» (Rom. 5: 18, 19). Este es el contraste entre la condenación y la justificación. Si no hay condenación, entonces hay justificación.

Una vez que hemos sido justificados por Dios, estamos en paz. Esto significa que Dios ya no nos condena. Esta paz de la que Pablo habla no es pri­mariamente una paz interior, sino la paz que tiene que ver con una relación restaurada. A causa de que Dios ya no nos condena, ni es nuestro enemigo, entonces estamos en paz con él. Ya no estamos bajo condenación, porque hemos sido justificados. Así como el perdón nos lleva a la justificación, del mismo modo la justificación nos conduce a la paz con Dios.

Esta paz se obtuvo por lo que Cristo hizo por nosotros. Dice el apóstol que «él es nuestra paz» (Efe. 2:14). Esta paz que Dios nos da es imposible que no se convierta también en una paz interna, porque tener paz con Dios nos debe traer también paz interior. Del mismo modo, si estamos en paz con él y en paz con nosotros mismos, es muy difícil que no estemos en paz con lo demás.


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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La fe
¡Si creo! -exclamó de inmediato el padre del muchacho-. ¡Ayudóme en mi poca fe! (Marcos 9. 24)


EL SEGUNDO PASO EN LA DINÁMICA de la salvación, es tener fe en Dios Como dijimos anteriormente. todos los seres humanos tenemos la capacidad de tener fe (Rom 12 1). Nacemos con el don natural de ser capaces de depositar nuestra confianza en algo o en alguien Dijimos que el reconocimiento de que somos pecadores se basa en la premisa de que creemos en la existencia de un Dios que es justo y que demanda justicia de nosotros Tenemos, entonces, la opción de depositar nuestra confianza en un Dios No somos dejados a la deriva El Espíritu Santo, que nos dio la convicción de pecado, ahora nos guia a poner nuestra confianza en Dios Si nos quedáramos solo con la convicción de pecado, entonces corremos un gran riesgo El enemigo de Dios puede usar esa situación interna nuestra, y exagerarla con la idea de que no hay nada que podamos hacer, a fin de llevarnos a la desesperación y a la ruina.



Cuando aceptamos la guia divina, esta dirige nuestra confianza hacia Dios, quien si puede ayudarnos Asi. la fe se fortalece, de modo que aprendemos a tener más y mas confianza en Dios, quien tiene la solución para nuestra situación pecaminosa De ese modo, un don natural como la confianza, se transforma en un don espintual. que es la fe en Dios.

Hay muchos que deciden no creer en Dios (2 Tes. 3: 2) Deciden creer en si mismos, en algo o en alguien mas Esto es la perversión de la fe Por esta razón, somos estafados frecuentemente, o nos frustramos, porque ponemos nuestra confianza en alguien que no es fiel Dios mismo nos guia para que el objeto de nuestra fe sea el correcto. Asi que, el no solo es el autor de la fe, en el sentido que nos ha dado una medida de ella a todos, sino que es el consumador de la fe, porque nos ayuda a dirigir correctamente nuestra fe cuando respondemos a la orientación de su Espiritu. Como dijo el apóstol: Fijemos la mirada en Jesús el iniciador y perfeccionador de nuestra fe* (Heb 12: 2).

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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En paz con Dios
En consecuencia, ya que hemos sido justificados medíante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5: 1).


EN ESTE PUNTO SE DEBE HACER la pregunta: ¿cómo funciona la justificación en la vida práctica? Es evidente que la justificación es un pro­ceso. ¿Cuáles son los pasos de ese proceso? ¿Cómo es que llegamos a estar justificados? ¿Cuál es la parte del hombre, si tiene alguna, en este proceso? Por estas interrogantes, y otras que se suscitan en la vida diaria, es necesario que reflexionemos en la dinámica de la justificación.

Como sucede con otros asuntos espirituales, frecuentemente es muy difícil describir los pasos que llevan a una persona a la justificación. Esto es es­pecialmente cierto en lo que se refiere al orden en que las cosas se deben dar.

El primer paso para alcanzar la justificación es la convicción de pecado. Esto se refiere al reconocimiento de que uno es pecador. Implica llegar al convencimiento de que somos culpables, y que para salvarnos necesitamos la justicia delante de Dios. Requiere hacer algo parecido a lo que hizo Pedro: «Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: "¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!"» (Luc. 5: 8); o en decir lo que decía el publicano de la parábola: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Luc. 18: 13).

Actitudes como estas tienen, por lo menos, dos premisas: debe uno en­tender que el mal existe; también debe uno entender que Dios existe, y tener una comprensión de su carácter justo, santo y amoroso. Dadas estas circuns­tancias, el Espíritu de Dios guía al ser humano a reconocer su pecado y a buscar a Dios.

La única manera en que podemos llegar a la convicción de pecado, es por el Espíritu de Dios que nos guía a esa conclusión. Dejados solos a nuestra comprensión natural del mundo, es muy difícil que conclu­yamos que somos pecadores y necesitamos ir a Dios. Se nos dice: «Toda convicción de nuestra propia pecaminosidad, es una prueba de que su Espíritu está obrando en nuestro corazón» (El camino a Cristo, p. 24).

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Dios es justo
En el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en jesús
(Romanos 3:26).



EL RECONOCIMIENTO DE QUE LA JUSTIFICACIÓN se da al pecador, es difícil de comprender para algunas personas. Algunos se preguntan: «¿Por qué Dios puede declarar justo al impío y pecador? En nuestro concepto humano de justicia no se supone que el injusto sea decla­rado inocente, y el inocente sea condenado. ¿Dónde estaría la justicia humana si eso se diera como provisión de ley? ¿Cómo es que Dios, que es justo por excelencia, puede justificar al impío? ¿No protestamos cuando eso ocurre en la justicia humana?»

Imaginemos este cuadro: Usted comete un delito y es llevado ante un juez para recibir la condena que merece por su violación de la ley. Cuando el juez va a dictar su sentencia, aparece un amigo suyo que pide al juez que lo condene a él en lugar de a usted. ¿Cree que el juez accedería a su pedido? Por supuesto que no. En la justicia humana, «el que la hace la paga»; no hay provisión para que una persona pueda ser condenada por los delitos de otra. Si eso se da en la jus­ticia humana, que es falible e imperfecta, ¿por qué la justicia divina puede con­denar al inocente y justificar al pecador?

Lo que pasa es que cuando Dios condenó a Cristo como pecador, se echó la culpa del problema del pecado. La justicia divina no podía pasar por alto el pecado. Así que Dios pagó la pena del pecado, lo que significaba que llevó la culpabilidad. De esa manera, Dios obtuvo el derecho de justificar al pecador. Por eso Pablo dice: «Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios» (2 Cor. 5: 21). ¿No es esto maravilloso?

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Marzo 2: Demasiado bueno para ser cierto.

Y si es por gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería gracia (Romanos 11: 6).

EN ESTE MUNDO A NADIE le pagan primero para que trabaje después. Primero trabajamos y después nos pagan. Ningún estudiante recibe un diploma legal de estudios si primero no ha estudiado para ganárselo. Somos condicionados a pensar que si algo es gratis o no requiere esfuerzo, no vale la pena. Cuando algo nos ha costado mucho esfuerzo y trabajo, entonces nos sentimos orgullosos de ello. Este condicionamiento de la cultura moderna para poner en tela de juicio lo que es gratis, hace que algunas personas duden de que la salvación sea realmente gratuita. Cuando leemos en la Palabra de Dios que él nos perdona gratuitamente, que la salvación es por gracia, que es un regalo de Dios, nos parece que es solo una manera de decir las cosas para que entendamos que Dios nos ama, pero que debe haber algo que nosotros tenemos que hacer para ganar la salvación. Allá en el fondo de nuestra mente albergamos la idea de que algo tenemos que hacer para ser dignos de la salvación.

Se dice que el director médico de un hospital psiquiátrico de Londres dijo una vez: «Si los pacientes que están aquí creyeran en el perdón, mañana podría enviar a la mitad de ellos a sus casas». Mucha gente cree que Dios no perdona a menos que se haga alguna obra meritoria. Todos los años vemos en alguna parte largas filas de personas que van a pagar una promesa, o hacer algún sacrificio a algún centro religioso, con el propósito de que Dios les conceda alguna petición o sanidad. Están convencidos de que tienen que hacer méritos, para que algún santo patrono o divinidad los escuche.

Es que la religión del mérito apela mucho a los seres humanos. No es lo mismo que digamos que nos regalaron algo a que digamos que lo ganamos con nuestro esfuerzo personal. Por eso pensamos que algo tenemos que hacer para tener mérito ante Dios; nos hace sentirnos seguros, porque es nuestro esfuerzo personal.

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