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Archive for febrero 2010

Febrero 22: La fe es un don de Dios.
Para el que cree, todo es posible (Marcos 9:23).

NO SE DEBE poner mérito en la fe, ya que distorsiona el mensaje del evangelio. Hace que la salvación se base en el mérito propio, no en los méritos de Cristo. Es verdad que debemos tener fe, pero esta no debe nunca considerarse un mérito.

Digamos que hay una persona que se está ahogando en un río. Nadie la puede sacar. Lucha desesperadamente por mantenerse a flote, pero es imposible. Cuando está a punto de perder el conocimiento, alguien le extiende una rama para que se aferré a ella. La persona se aferra desesperadamente a la rama. La llevan a la orilla y le dan los primeros auxilios. Cuando ya está recuperada, imagínense que exclama: «¡Qué bueno soy, porque me aferré de la rama!». Eso sería inaudito. Se supone que el mérito es de la persona que le arrojó la rama. Así sucede con la concepción de la fe corrió mérito. El mérito es de Cristo que nos salvó, no de nosotros que tenemos fe en él. La señora Elena G. de White dijo: «La fe es rendir a Dios las facultades intelectuales, entregarle la mente y la voluntad, y hacer de Cristo la única puerta para entrar en el reino de los cielos» (Fe y obras, p. 24).

Otra consideración que prohibe que consideremos la fe como un mérito es el hecho de que la fe es un don de Dios. Nosotros no tenemos fe por nosotros mismos, es decir, no producimos la fe. La recibimos de Dios. Dice el apóstol: «Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, [...] según la medida de fe que Dios le haya dado» (Rom. 12: 3). A todos los seres humanos Dios no ha dado la capacidad de creer. Todos tenemos una medida de fe, es decir, podemos creer. Este don, como todos los dones que Dios da, puede usarse para bien o para mal. Al usar el don de la fe para el bien, el don se fortalece. Así desarrollamos la capacidad de creer en Dios. Esto es lo que quiere decir que Dios aumenta nuestra fe. Pero enorgullecemos de que tenemos fe y atribuirle un valor meritorio, es distorsionar el evangelio de Cristo

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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El ideal de Dios para el hombre.
Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios (Mateo 5: 8).

EL SER HUMANO ES MALO, por lo tanto, necesita justicia. El hombre está manchado por el mal, luego necesita limpieza del pecado. La raza humana es impura por causa del pecado, necesita santidad. Sin estas características nunca podremos estar en la presencia de Dios. Por eso el Señor lo dijo claramente: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mat. 5: 6). «Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Heb. 12: 14). El ideal que Dios tiene para sus hijos lo constituye él mismo: «El blanco a alcanzarse es la piedad, la semejanza a Dios [...]. Tiene que alcanzar un objeto, lograr una norma que incluye todo lo bueno, puro y noble» (La educación, p. 16).

Para ser salvos necesitamos una justicia que no tenemos, porque somos seres naturalmente manchados por el mal. Surge en nuestra mente una pregunta crucial: ¿Cómo podemos conseguir esta justicia? ¿Podremos obtenerla mediante nuestra fuerza de voluntad y nuestros esfuerzos personales?

Estamos acostumbrados a pensar que muchas cosas las podemos conseguir con la fuerza de voluntad. Conocemos el dicho popular: «El que quiere, puede». O, dicho de otra manera: «Querer es poder». ¿Funciona esto en el mundo espiritual? ¿Podremos ser buenos si nos lo proponemos?

Es en esta coyuntura que se nos confunden las ideas. Pensamos que hacer el bien es lo mismo que ser buenos. Que si logramos hacer cosas buenas, entonces seremos buenos. Sabemos que el buen ciudadano es aquel que se comporta civilmente bien. Si pagas tus impuestos y no le haces mal a nadie, eres bueno. Si vas a la iglesia y cumples con sus normas y reglamentos, eres bueno. Pensamos que la bondad se mide con acciones. Solo basta un momento de reflexión para darnos cuenta que hacer el bien no es lo mismo que ser buenos. Hay tantas personas que hacen cosas buenas, pero que están muy lejos de ser buenas. Podemos hacer el bien y tener motivos malos. El hacer no siempre corresponde al ser. El único que es bueno es Dios (Mat. 19: 17), porque en él, el ser y el hacer se corresponden absolutamente. ¿Podremos, nosotros seres humanos manchados por el mal, hacer lo bueno y ser buenos al mismo tiempo?

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Febrero 11:  
Se requiere justicia.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Solo el de manos limpias y corazón puro, el que no adora ídolos vanos ni jura por dioses falsos (Salmo 24: 3, 4).

A MANERA DE REPASO LE DIRÉ que el primer fundamento sobre el que se basa el evangelio es lo que la Biblia dice y la experiencia humana confirma: somos inherentemente malos. Para enfatizar esto, la Biblia no solo nos dice lo que somos, sino que compara al hombre caído con seres irracionales. Este cuadro de corrupción moral es algo que a los seres humanos se nos dificulta aceptar, porque el pecado oscurece nuestra comprensión propia. Negar nuestra condición neutraliza el poder del evangelio en la vida humana, ya que el evangelio son las buenas nuevas de salvación del mal; y si no somos malos, entonces no hay buenas nuevas y no hay salvación.

El segundo fundamento sobre el que se basa el evangelio es que el ser humano necesita justicia. Este es un corolario del primero. Si somos pecadores, entonces no somos justos; si no somos justos, necesitamos justicia. Esto, a su vez, nos lleva a hacernos la pregunta: ¿Por qué necesitamos justicia? Para responder esta pregunta necesitamos pensar un poco.

La salvación que Dios nos ofrece en su evangelio es el regreso a nuestra condición original. Cuando Adán y Eva fueron creados, Dios los hizo perfectos y rectos. La Biblia dice que fueron creados a imagen de Dios (Gen. 1: 26). El Señor es recto y perfecto. Cuando creó el universo, lo hizo todo en armonía con lo que él es. Por eso nuestros primeros padres fueron hechos así. El universo era armónico porque todo era como Dios es. Cuando el pecado entró, se introdujo la desarmonía, que es rebelión contra Dios. Es el propósito del Creador terminar con esta desarmonía y traer todas las cosas a la norma que él mismo es. En esencia, la salvación significa conducir al ser humano a la armonía con su Creador. Implica que el ser humano, una vez salvado, debe ser como el Creador, es decir, ser recreado a la imagen de su Hacedor. Puesto que Dios es justo, la Biblia dice que para estar en su presencia debemos ser justos. Por eso es que necesitamos justicia.


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Febrero 10:
 El caso más desesperado.
Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse (Lucas 15: 7).

ES IMPORTANTE TENER UNA COMPRENSIÓN adecuada de la naturaleza humana y su corrupción inherente, a fin de que el evangelio pueda tener sentido en nuestra vida. Quienes no comprenden este asunto y deforman la opinión bíblica y divina de lo que es realmente el ser humano, se colocan fuera del alcance de la salvación y del poder del evangelio.
Por eso, los héroes en la enseñanza de Jesús no eran las personas que pensaban bien de sí mismas. Al contrario, el foco de su enseñanza giraba alrededor de quienes podríamos pensar eran gente mala. Los héroes de Jesús eran los pobres, los pródigos, los publícanos y las rameras.
Diríamos, la peor ralea de sus días. Si Jesús viviera hoy, sin duda que incluiría en su mensaje a drogadictos, homosexuales, pandilleros, secuestradores y violadores de niños. A los ortodoxos de sus días, les dijo: «Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes hacia el reino de Dios» (Mat. 21: 31). No quiere decir que Jesús admirara o solapara el mal. Lo que indica es que Jesús admiraba a las personas que reconocían su condición pecaminosa, sin importar quiénes fueran. Él sabía que esa gente era tierra fértil para el evangelio que predicaba.

El principio básico que subyace en el evangelio lo expresó el Señor cuando dijo: «No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos [...]. No he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Luc. 5: 31-32).

 El caso más desesperado para él era el de aquel que no reconocía su condición pecaminosa. Porque es como el que se está ahogando, pero cree que nada placenteramente; como aquel que se cree sano, pero un cáncer le corroe las entrañas. Reconocer nuestra condición es vital para entender el mensaje de la justificación por fe, que es la esencia del evangelio. Por eso Dios ha enviado su Espíritu para convencernos de nuestra condición (Juan 16: 8). Tristemente, hay muchos que no lo dejamos hacer su obra.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Febrero 9:

Autoengaño.
¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? ¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!
(Romanos 7:24, 25).

EL AUTOENGAÑO ES UNO DE LOS EFECTOS más terribles del pecado en la vida humana. Dijimos que nubla el entendimiento, de modo que no nos damos cuenta de lo que realmente somos. En tiempos de Jesús había un grupo de personas que eran admiradas por su estricto apego a la ley.

Eran los religiosos más devotos de sus días. Ayunaban dos veces a la semana, daban el diezmo hasta de las minucias de sus ganancias, oraban tres veces al día, asistían fielmente a la sinagoga, estudiaban las Escrituras con ahínco y devoción, y eran misioneros celosos que recorrían el mundo entero para hacer un converso al judaismo. Tan estrictos eran en la práctica religiosa, que se cree que a este grupo selecto.solo pertenecían unos cinco o seis mil adeptos en toda la nación.

Resulta inaudito que Jesús dijera que eran «hipócritas, generación de víboras y sepulcros blanqueados» (Mat. 23). ¡No puede ser! ¡Si todo el mundo hablaba bien de ellos! Era un orgullo ser fariseo. El problema no estaba en lo que creían, sino en lo que pensaban de sí mismos. Es bueno hacer el bien, pero no es bueno pensar que uno es bueno.

Esto de que el pecado entenebrece la mente, se ilustra claramente con la experiencia de David, el hombre según el corazón de Dios. ¿Cómo un rey tan bueno, consagrado a Dios, noble y justo podría cometer algo tan ruin como lo que hizo David? ¿Cómo podría adulterar con la esposa de uno de sus mejores amigos y leal servidor? ¿Cómo podría asesinar a quien había arriesgado la vida tantas veces por él? Y cuando el profeta vino a contarle la historia de aquel que había tomado la única oveja de su amigo, ¿cómo es posible que todavía dictara una sentencia que reflejaba su indignación hacia la injusticia, y que no pudiera ver dibujado en el relato un cuadro de sí mismo? No, David no era un hipócrita. Lo que sucede es que el pecado lo había cegado hasta el punto que no veía su verdadera condición. Tal es la sutileza del pecado en la vida humana.

Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Febrero 8:

Nuestra triste condición .
Este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero
(1 Timoteo 1: 15).

LA HUMANIDAD SE ENCUENTRA en una condición moral deplorable. Escuchamos en los medios de comunicación cosas que nos parecen increíbles: crímenes inenarrables, secuestros infames, drogadicción rampante, corrupción generalizada. Es increíble lo que el ser humano puede hacer cuando se deja llevar por sus inclinaciones naturales. La Biblia sigue con el cuadro triste de asemejarnos a seres irracionales. Escribió el sabio: «Como vuelve el perro a su vómito, así el necio insiste en su necedad» (Prov. 26: 11). El apóstol Pedro, citando al sabio, amplía la imagen, diciendo: «Y "la puerca lavada, a revolcarse en el lodo"» (2 Ped. 2: 22).
Lo más lamentable del mal que mora en la naturaleza humana, es que nubla el entendimiento y destruye el deseo de buscar a Dios. Dice el salmista: «No seas como el mulo o el caballo, que no tienen discernimiento, y cuyo brío hay que domar con brida y freno, para acercarlos a ti» (Sal. 32: 9).

El pecado nos causa desorientación y no sabemos qué hacer. Tal vez la ilustración más triste es la usada por los profetas que compararon al ser humano con un rebaño de ovejas; pero no porque seamos mansos, sino porque nos apartamos del camino de Dios y luego no podemos regresar solos: «Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino» (Isa. 53: 6).

Este cuadro lamentable pintado por la Palabra de Dios es algo que nos cuesta mucho aceptar. Normalmente pensamos que no somos así. Después de todo, conocemos a personas buenas, buenos vecinos, hombres y mujeres honorables, gente consagrada y dadivosa que asiste frecuentemente a la iglesia. Vemos solo lo que tenemos delante de nuestros ojos; no podemos ver el corazón de las personas. Además, el pecado nos engaña y nos conduce a pensar bien de nosotros. No matamos, no robamos, no mentimos, no adulteramos. Como el fariseo de la parábola, vemos a los demás y nos consideramos buenos. Esa puede ser la tragedia más grande que vivamos. Para que el evangelio tenga significado, es mejor decir: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Luc. 18: 13).


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Febrero 7 :

Malos por naturaleza
Las autoridades que están en ella son leones rugientes, sus gobernantes son lobos nocturnos que no dejan nada para la mañana (Sofonías 3: 3).

LA BIBLIA DICE, Y LA EXPERIENCIA HUMANA confirma, que somos inherentemente malos. Esto, que es esencial para entender el evangelio, ha sido desafiado por el humanismo contemporáneo. Filósofos y pedagogos han tratado de convencernos de que somos naturalmente buenos. El mejor ejemplo moderno es el filósofo y pedagogo francés Jean-Jaques Rosseau, quien enseñó que el hombre es bueno por naturaleza. Muchos siguieron sus ideas hasta la Primera y Segunda Guerra Mundial. Durante ellas hubo tal exhibición de barbarie entre los seres humanos que muchos pensadores se desilusionaron con respecto a la bondad natural del hombre. Hubo un desencanto general, amargo y triste.

Hoy día las declaraciones bíblicas ya no parecen tan absurdas. El salmista decía: «Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre» (Sal. 51:5). El profeta declaraba: «Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio» (Jer. 17: 9). Lo mejor que tenemos está contaminado por el mal: «Todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia» (Isa. 64: 6). Nuestra condición natural es una podrida llaga: «Desde la planta del pie hasta la coronilla no les queda nada sano: todo en ellos es heridas, moretones y llagas abiertas, que no les han sido curadas ni vendadas, ni aliviadas con aceite» (Isa. 1: 6).

Cuando la Palabra de Dios quiere enfatizar la miseria moral de la humanidad, frecuentemente la compara con seres irracionales. Eso resalta la pérdida de la imagen divina en los seres humanos. El salmista, enfatizando nuestras malas intenciones, decía: «Afilan su lengua cual lengua de serpiente; ¡veneno de víbora hay en sus labios!» (Sal. 140: 3). A pesar del entendimiento que Dios nos dio, no queremos entender: «El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; ¡pero Israel no conoce, mi pueblo no entiende!» (Isa. 1: 3). Por supuesto, muchas de estas declaraciones se referían al pueblo en general. Alguien podría decir que los dirigentes debieron ser mejores. Pero notemos: «Ciegos están todos los guardianes de Israel; ninguno de ellos sabe nada. Todos ellos son perros mudos, que no pueden ladrar [...]. Son perros de voraz apetito; nunca parecen saciarse» (Isa. 56: 10, 11). ¡Qué cuadro tan triste de los que fueron una vez creados a imagen de Dios!


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Febrero 6


El origen de nuestra maldad II

Tan solo he hallado lo siguiente: que Dios hizo perfecto al género humano, pero este se ha buscado demasiadas complicaciones (Eclesiastés 7: 29).

POR QUÉ LUCIFER SE REBELÓ CONTRA DIOS? Dice la Biblia que su pecado tuvo su raíz en el orgullo y el envanecimiento: «No debe ser un recién convertido, no sea que se vuelva presuntuoso y caiga en la misma condenación en que cayó el diablo» (1 Tim. 3: 6). Este orgullo lo llevó lentamente a desafiar a Dios.
Pero esta rebelión no se detuvo allí. Cuando Dios creó a nuestros primeros padres, estos fueron también dotados de libre albedrío, como seres inteligentes que fueron creados a imagen de Dios. Todo ser en el universo de Dios que ha recibido libre albedrío debe pasar la prueba. Adán y Eva fueron sometidos a esta prueba, y el relato bíblico dice que no la pasaron (Gen. 3: 1-5). Desobedecieron un mandamiento expreso de Dios, y se unieron a la rebelión de Lucifer. Como resultado, la descendencia humana llegó a ser rebelde y pecadora.

Pero como en el caso de Lucifer y sus ángeles, no había falla en Dios, sino en las decisiones de las criaturas. Antes de la caída, la Palabra de Dios describe a los seres humanos como perfectos y rectos (Ecles. 7: 29); creados a la imagen de Dios (Gen. 1:26, 27); parte de una creación que se dijo que era muy buena (Gen. 1: 31); llenos de gloria y de honra (Sal. 8: 5).

Sin embargo, después de la caída, la humanidad se degeneró rápidamente. El odio la llevó al asesinato (Gen. 4: 8); luego al adulterio (Gen. 4: 19); hasta el punto que todo pensamiento era de continuo al mal (Gen. 6: 5). Pablo resume esa historia tenebrosa con las palabras: «No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!» (Rom. 3: 10-12). El mal fincó sus trincheras en el ámbito de la humanidad. Como seres humanos llegamos a estar en rebelión contra Dios. Pero a Dios no lo tomó por sorpresa. Él tenía un plan preparado para enfrentar el desafío de la rebelión con justicia y equidad.


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Febrero 5:

El origen de nuestra maldad
Desde el principio este ha sido un asesino, y no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira! (Juan 8: 44).


AL PENSAR QUE EL SER HUMANO es pecaminoso y está hundido en el mal, surge la pregunta: ¿Por qué esta maldad? Como estudiantes de la Biblia tenemos una mejor comprensión de este problema. De otro modo estaríamos en tinieblas, como lo están los que no la tienen.
Sabemos que en algún punto de la eternidad, ciertos ángeles se rebelaron contra Dios. Pero, ¿cómo es posible que los ángeles se rebelaran contra Dios, siendo, como eran, seres perfectos que habitaban en condiciones perfectas? No es fácil responder esta pregunta. Cuando se trata de explicar el origen del mal, se cae frecuentemente en ideas que lo justifican. Pero si queremos intentar una explicación, parecería que el mal tuvo su razón de ser en el libre albedrío con que Dios dotó a sus criaturas inteligentes. Este implica libertad para pensar y actuar. Y a ciertas criaturas de su universo, Dios decidió darles esa libertad. ¿Por qué razón? No sabemos, pero Dios decidió hacerlo. ¿Es Dios, entonces, responsable del origen del mal? No. Dios es responsable de crear seres libres, no pecadores ni rebeldes.

Pero esta libertad implicaba la responsabilidad de usarla en armonía con la voluntad de Dios. Y hubo quienes fallaron en esto y se rebelaron contra Dios. Estos ángeles no fueron dignos de haber recibido ese honor de tener libertad, ya que «no mantuvieron su posición de autoridad, sino que abandonaron su propia morada» (Judas 6).

En suma, estos seres angelicales se rebelaron contra Dios, abandonaron sus responsabilidades en el gobierno divino, y usaron la mentira como su estrategia. Como resultado, fueron expulsados de la presencia de Dios. Jesús dijo del líder de la rebelión: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Luc. 10: 18). Ese es el informe de la revelación divina. Más de eso, tal vez no estamos en posición de entender. Pero nos enseña que la libertad requiere responsabilidad; y si no la tenemos, no se puede vivir en la presencia de Dios.


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Febrero 4

¿Qué es el pecado?
Así que comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace (Santiago 4: 17).

APARTIR DE HOY, y durante varios días, se reflexionará en los principios sobre los que se basa el mensaje de la justificación por la fe. Tiene que ver con preguntas básicas como: ¿Por qué es necesaria la justificación? ¿Por qué las personas necesitamos justificación?
Para entender la doctrina de la justificación debemos ir a la raíz del asunto. Necesitamos ir a las bases en las que se funda la doctrina de la justificación por la fe. Varios son los fundamentos que sostienen esta doctrina cristiana.

El primer fundamento que sirve de base y que le da sentido a esta doctrina, es el principio que dice que los seres humanos estamos en corrupción y bancarrota moral. Es decir, que estamos hundidos en el mal. En este punto debemos hacemos la pregunta, ¿qué es el mal? Si le preguntáramos a la Filosofía nos daría muchas respuestas.

El dualismo filosófico derivado de la filosofía platónica nos diría que el mal es un principio eterno que está en contraste con el bien. El zoroastrismo persa tenía dos dioses, Ormuz y Ariman, que representaban el bien y el mal, y que siempre luchaban entre sí, sin poder eliminarse. El famoso filósofo judío Spinoza decía que el mal es una ilusión, es decir, no existe. Otro filósofo, el alemán Ritschel, creía que el mal es ignorancia. Charles Darwin, en armonía con sus descubrimientos biológicos, pensaba que el mal es un conflicto interno entre la naturaleza moral del ser humano y su herencia animal. Para el cristiano, ninguna de estas respuestas es satisfactoria. No dan ninguna esperanza, ni solucionan nada.

Por supuesto, la Biblia difiere radicalmente de estos conceptos. Nos dice que el mal, al que llama pecado, es un principio que se opone a Dios. Lo define así: «Todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de la ley» (1 Juan 3: 4). La ley es un trasunto del carácter de Dios que revela el bien. Así que el pecado, cuando se opone a Dios y actúa en contra del bien, está en oposición a Dios. Es un principio en pugna con lo que es Dios. Es rebelión contra él. La naturaleza humana está en conflicto con Dios.


Tomado del Libro de Meditaciones 2010 "El Manto de su Justicia " de Eloy Wade.
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Febrero 3
Justicia por la fe
Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte
(Efesios 2: 8, 9).


AYER MEDITABA en lo que significa el primer término de la expresión justificación por la fe». Hoy reflexionará en el segundo: la fe. ¿Qué significa fe, o tener fe? Generalmente se define como confianza. De hecho, la palabra confianza, etimológicamente, significa «con fe». Tener fe es tener confianza.

Esta relación correcta con Dios solo es posible a través de esa fe o confianza. A la persona que tiene fe, el Señor la declara justa, y por lo tanto es una persona que está en buenos términos con Dios. O dicho de otra manera, para que una persona esté en la relación correcta con el Creador, es necesario que tenga fe, y en virtud de ella él la declara justa.

Son muchos los pasajes bíblicos que nos hablan de esto. Unos pocos serán suficientes: «De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin, tal como está escrito: "El justo vivirá por la fe"» (Rom. 1: 17). «Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe» (Rom. 3: 26). «Porque sostenemos que todos somos justificados por la fe» (Rom. 3: 28). «Pues no hay más que un solo Dios. Él justificará por la fe a los que están circuncidados y, mediante esa misma fe, a los que no lo están» (Rom. 3: 30).

Más adelante vamos a definir en forma más precisa lo que significa tener fe. Hoy nos vamos a concentrar un poco en la razón de la fe, es decir, en por qué Dios establece que la justificación debe obtenerse por fe. En el Nuevo Testamento, el concepto de fe, como requisito para ser justificados, frecuentemente se menciona en contraste con la justificación basada en la ley. Esta expresión, «justificación basada en la ley», se refiere a una justificación basada en el mérito. La fe se contrasta con el mérito propio. Esto quiere decir que Dios no nos puede justificar por mérito propio. Dios decidió que, en la justificación, el mérito procediera de otra parte.
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Febrero 2

Justificados
Abram creyó al Señor, y el Señor lo reconoció a él como justo (Génesis 15: 6).



LA ESENCIA DEL EVANGELIO es el mensaje de la justicia de Cristo o la justificación por la fe. La expresión tiene dos componentes esenciales. Esta mañana vamos a meditar un poco en lo que significa la palabra «justificación».


Un estudio cuidadoso en el Antiguo Testamento de los términos que se traducen como «justicia» y «justo», y los términos griegos equivalentes usados en el Nuevo Testamento, nos lleva al entendimiento de que la justificación es una idea que se refiere a una relación. «Justo» es aquel que está en la relación correcta, ya sea con un pacto, una comunidad o una persona. Es vivir a la altura de una norma dada o una expectativa deseada. Así que, en la Biblia, justificación es el acto por medio del cual Dios declara que una persona está en la relación correcta con él. Ser justificados es ser declarados en armonía con Dios. Cuando una persona es justificada, no es hecha justa, sino declarada justa esto es, puesta en la relación que Dios quiere que tenga con él. La persona justificada tiene, por lo tanto, una nueva posición delante de Dios: se la considera justa. Así, en el Antiguo Testamento, personajes tan diferentes como Abraham, Noé, Lot y David, fueron considerados justos, pero no lo fueron desde el criterio estrictamente moral y ético, sino desde el punto de vista de su relación con Dios.


Este es el concepto tradicional de la Reforma protestante. En la teología popular, justificación significa «hacer justo». Se intuye que para que una persona sea justa, primero tiene que ser hecha justa. Este hacer justo, por supuesto, viene del esfuerzo humano. El hombre tiene que ser justo para ir a Dios. Como veremos en reflexiones posteriores, Dios no nos pide que seamos justos para ir a él. Quiere que vayamos como somos, la justicia que necesitamos, él nos la dará. Se nos dice: «Es privilegio nuestro creer que su sangre puede limpiarnos de toda mancha de pecado [...]. Él quiere que acudamos a él tal como somos, pecadores y contaminados. Su sangre es eficaz» (Exaltad a Jesús, p. 335).

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Febrero 1


Tener fe en Jesús
¡En esto consiste la perseverancia de los santos, los cuales obedecen los mandamientos de Dios y se mantienen fieles a Jesús! (Apocalipsis 14: 12).


COMO ADVENTISTAS QUE ESPERAMOS la segunda venida de Cristo, estamos convencidos de que tenemos un papel importante que jugar en el desarrollo de los eventos finales. Uno de esos papeles consiste en proclamar el mensaje del tercer ángel. Decimos comúnmente que este mensaje es una proclamación de la ley de Dios, y particularmente de la vigencia del cuarto mandamiento. Este mensaje se dará en el marco de un conflicto abierto contra Babilonia. Todo esto es verdad.

Lo que se nos ha pasado por alto, por alguna razón, es que la proclamación del mensaje del tercer ángel, que incluye la observancia de los mandamientos de Dios, también incluye la fe en Jesús. Este desliz me parece que ha sido motivado por la traducción literal de la versión Reina-Valera, que dice: «y la fe de Jesús» (Apoc. 14: 12). En realidad, esta expresión debiera entenderse como «los que tienen fe en Jesús». La Nueva Versión Internacional dice: «y se mantienen fieles a Jesús». Es decir, no es que debemos tener la fe que Jesús tenía, sino tener fe en Jesús. Si no la tenemos en medio de esta crisis final, no participaremos del mensaje del tercer ángel.
Observen: «El tiempo de prueba está precisamente delante de nosotros, pues el fuerte pregón del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona los pecados» (Mensajes selectos, t. 1, p. 425).

La justicia de Dios se revela en el mensaje del tercer ángel. Este tiene un antecedente en el mensaje de -la justificación por la fe. Es interesante que Elena G. de White pensara que el reavivamiento que surgió en nuestra iglesia en conexión con la predicación del mensaje de la justificación por la fe después de 1888, era un preludio del pregón del mensaje del tercer ángel. Esto implica que no se puede participar de este mensaje a menos que se experimente la justicia de Cristo, que es la esencia del evangelio. Llama la atención el hecho de que el mensaje del primer ángel, que obviamente antecede al tercero, es una proclamación del «evangelio eterno» (Apoc. 14: 6). Se deduce que los que participen en el mensaje del tercer ángel serán predicadores del evangelio.


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