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La comida de Jesús
Jesús les dijo: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra».
Juan 4:34

Cuando los discípulos regresaron de Sicar, se apresuraron a preparar la comida. Utilizaron todo lo que habían traído: pan, pescado salado, frutas, etcétera. Sin embargo, el Maestro no les prestó ninguna atención. Estaba abstraído, como si su corazón estuviera en otra parte. Poco tiempo antes se sentía fatigado, estaba sediento, desfallecía de sed; pero ahora nada parecía llamarle la atención.
Los discípulos comenzaron a servir la comida, con la esperanza de que Jesús se decidiera. Pero él guardaba silencio. Los discípulos comenzaron a preocuparse. Se preguntaban si alguien le habría de comer. Ellos no podían consentir que su Maestro quedara sin comer. Faltaba un largo camino por recorrer. Su destino todavía estaba muy lejos. Por eso, le dijeron en tono de súplica: «Rabí, come» (Juan 4: 31). Él les dijo entonces aquellas memorables palabras: «Yo tengo una comida que comer que vosotros no sabéis» (vers. 32). Ante las preguntas llenas de incertidumbre de ellos, les dijo: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra» (vers. 34). Mientras les decía aquellas palabras, su mirada se perdía en la lejanía. Sus ojos iban siguiendo la marcha presurosa de la pecadora convertida. Después vio a la gente de Sicar que se disponía a salir para verlo a él, el Mesías.
Al darle el agua de la vida a la samaritana y verla transformada, sintió alimentados su alma y su cuerpo. Ya no sentía hambre ni sed. Ahora tenía a la vista un grupo numeroso de samaritanos a los que tenía la misión de instruir y salvar. Para Jesús la vida consistía en hacer la voluntad del que lo había enviado.
Dios nos ha enviado a trabajar en su campo, como dijo Jesús, a terminar su obra. Nuestra vida tiene que identificarse con esa obra. La obra que nos ha tocado en suerte es nada menos que cooperar con nuestro Creador, terminar su obra. Su creación es bella, a pesar de las deformaciones causadas por el pecado. Dios cuenta con nuestra colaboración para reformarla. Si la vida humana tiene lagunas, nuestra misión consiste en rellenarlas. Donde encontremos fealdad, hemos de poner belleza; en la injusticia, rectitud; en el sufrimiento, gozo.
Nuestra misión es acabar la obra de Aquel que nos ha enviado. Vivir cada vez más, conforme a nuestra condición de hijos de Dios. Difundir y extender entre los hombres el reino de Dios. Esa debe ser nuestra comida también.

Tomado del Libro de Meditaciones 2009 "Siempre gozosos , experimentando el amor de Dios" del Pastor Juan O. Perla, Más meditaciones en REFLEXIONES PARA VIVIR: http://www.johnsotilonline.blogspot.com/

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