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Junio 17
Más que todo

Los que amáis a Jehová, aborreced el mal; él guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra.
Salmo 97:10


La Palabra de Dios es un mensaje de amor y un llamamiento a amar. Debemos amar a Dios, a nuestros semejantes, a nuestros familiares y a nosotros mismos. Pero hay un texto en la Escritura que parece contradecir esta afirmación. Es el texto que dice: «Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Lúe. 14: 26). Estas son, me parece a mí, algunas de las palabras más difíciles y cortantes que el Señor Jesús pronunció.Es obvio que Jesús no ordena a sus siervos que odien y aborrezcan a aquellos a quienes nos manda amar tanto como a nosotros mismos: Eso sería completamente opuesto a toda la enseñanza de la Palabra de Dios en pasajes como «Un mandamiento nuevo os doy; que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros» (Lúe. 13: 34) y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos» (Mar 12: 31).El problema no está tanto en las palabras 'aborrecer' u 'odiar' como en nuestra percepción de la palabra 'amor'. "Odiar", en este contexto, significa, "amar menos". Debemos amar profundamente a nuestros seres queridos. El único mandamiento con promesa de la Biblia es que debemos honrar, es decir, amar, a nuestro padre y a nuestra madre. Y a nuestro prójimo debemos amarlos tanto como nos amamos a nosotros mismos.Lo que quiere decir Jesús es que el amor por Dios debe ser supremo. Ni siquiera un amor tan sagrado y profundo como el que debemos sentir por nuestra madre o por nuestro padre debe interponerse entre Dios y nosotros. Si se llegara a dar el doloroso caso en que nuestros padres se interpusieran entre Dios y nosotros y nos prohibieran obedecerlo, nuestro amor por Dios debería ser tan grande como para damos el valor para negarnos a obedecerlos, e, incluso, para estar dispuestos a abandonarlos para siempre por causa del amor de Dios.Dios te llama hoy a que lo ames con todas sus fuerzas, con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todo tu cuerpo. Pero este amor solo podrá desarrollarse si te propones que nada ni nadie compita con el amor por tu amado Señor. ¿Puedes decir hoy que no hay nada que se interponga entre el Salvador y tu alma?

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